Guatemala debe reforzar sus amortiguadores macroeconómicos ante el nuevo entorno global incierto
El nuevo episodio de
proteccionismo global, exacerbado por el gobierno de Estados Unidos, ha sumido
a la economía mundial en aguas agitadas. Con aranceles que alcanzan máximos en
los últimos cien años —y con reacciones negativas en los mercados de acciones,
bonos y divisas—, el entorno global se ha tornado volátil y riesgoso. La OMC
advierte que el volumen del comercio mundial podría contraerse este año; el
Banco Mundial y el FMI han recortado sus previsiones de crecimiento global; y
la inflación, lejos de disiparse, podría repuntar como efecto colateral de los
aranceles. La advertencia es clara: estamos navegando un ciclo de creciente
incertidumbre internacional.
La buena noticia es que no partimos de cero. Contamos con amortiguadores que es menester preservar: una baja deuda pública, un déficit fiscal moderado, un tipo de cambio estable, superávit en la balanza de pagos y un nivel vigoroso de reservas monetarias internacionales. Pero estos colchones no son inmutables. Para mantenerlos, se requiere prudencia sostenida en la política fiscal y disciplina en la política monetaria. No es momento para aventuras fiscales (como la de seguirse endeudando solo para aumentar el gasto público ineficiente), ni para intervencionismos cambiarios. Los errores en estas áreas no se notan de inmediato… pero cuando lo hacen, ya suele ser tarde para corregirlos sin dolor.
La segunda acción es política:
urge tomar la iniciativa y sentarse a negociar con los Estados Unidos. El
gobierno norteamericano ha señalado formalmente ciertas prácticas
administrativas guatemaltecas que considera "desleales". En lugar de
caer en la tentación de la confrontación ideológica, convendría ofrecer mejoras
regulatorias e institucionales a cambio de un trato arancelario preferencial.
No sería la primera vez que corregir una deficiencia interna nos abre una
puerta externa. Y en el proceso, se fortalecería nuestra institucionalidad
pública.
"Requiere prudencia sostenida en la política fiscal y disciplina en la política monetaria"
Pero quizá lo más importante es
mirar más allá de la tormenta coyuntural. Esta crisis debería ser el detonante
para retomar una agenda de reformas estructurales que hemos postergado por
demasiado tiempo. Mejorar la productividad sistémica requiere inversión en
infraestructura, educación, conectividad y tecnología, pero también un Estado
funcional, con instituciones confiables, reglas claras y justicia efectiva. La más
reciente misión del FMI lo dejó entrever: la estabilidad económica guatemalteca
es valiosa, pero necesita ser acompañada por una mejora sustancial en la
calidad del gasto público y la gobernanza.
La historia lo ha demostrado: los
países que emergen fortalecidos de las crisis no son los que se refugian en la
inercia, sino los que las aprovechan para reformar y construir. Guatemala ha
demostrado resiliencia. Pero resistir no basta. Ni se trata solo de capear el
temporal: se trata de aprovechar la tormenta para corregir el rumbo, a fin de
salir de ella más robustos y resilientes.
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