Si Guatemala y El
Salvador no logran generar más inversiones, su crecimiento seguirá siendo
modesto
En Centroamérica la inversión —es decir, el gasto en infraestructura, planta y equipo para producir más y mejor— se ha convertido en una especie de Santo Grial: todos la buscan, la veneran, pero pocos la encuentran. Los números no mienten: ni Guatemala ni El Salvador logran generar ni atraer suficiente inversión para sostener un crecimiento robusto. Ambos países, con fortalezas evidentes —estabilidad macroeconómica en Guatemala, mejoras en seguridad e infraestructura en El Salvador— siguen exhibiendo tasas de inversión crónicamente bajas.
La inversión —la parte del PIB que
no se consume, sino que se transforma en capital productivo— permanece anémica
en nuestros países. En Guatemala, ronda el 15% del PIB; en El Salvador, la
cifra es similar. Son porcentajes que nos condenan a un crecimiento mediocre, a
una economía que no despega y a una generación de empleo insuficiente. Y
mientras nosotros seguimos en el letargo, Nicaragua y Costa Rica, dos vecinos
con perfiles muy distintos, sí logran atraer flujos de capital importantes. El
año pasado, Guatemala atrajo apenas US$1.6 millardos de inversión extrajera
directa -IED- y El Salvador apenas US$0.6 millardos. En contraste, Nicaragua y
Costa Rica, con modelos radicalmente distintos, sí están logrando captar
capitales. En 2024 ingresaron US$3 millardos de IED a Nicaragua, y US$4
millardos a Costa Rica. ¿Por qué ellos sí y nosotros no?
Nicaragua lo logra con un modelo de atracción de inversiones
controvertible: ofrece prebendas, exenciones y tratos preferenciales a ciertos
inversionistas —muchos provenientes de países “no convencionales”— a cambio de
convertirse en socios del régimen de Ortega. Se trata de una inversión de alto
riesgo político, que saca del país cada año casi tantos recursos como los que
ingresa, con escasa sostenibilidad en el largo plazo. Costa Rica, en cambio,
ofrece un modelo más convencional. Con su régimen de zonas francas, una
democracia funcional, estabilidad jurídica y paz social, ha logrado
posicionarse como un destino confiable para inversiones de largo plazo; y una
proporción importante de las utilidades generadas por esa inversión permanece y
se reinvierte en el país. Es un modelo que, con todos sus retos, ha dado
frutos.
"Para atraer inversión, no basta con tener estabilidad macroeconómica"
La comparación revela que, para atraer inversión, no basta
con tener estabilidad macroeconómica ni con reducir la criminalidad. Tampoco es
suficiente abrir las puertas al capital extranjero sin un marco normativo
sólido que garantice derechos, reglas claras y certidumbre a largo plazo. La
inversión —sobre todo la inversión seria, productiva, de largo aliento— no
busca únicamente incentivos fiscales. Busca institucionalidad.
En Guatemala seguimos atrapados en un círculo vicioso: escasa inversión genera bajo crecimiento, lo que a su vez impide mejorar las condiciones estructurales para atraer más inversión. La falta de certeza jurídica, la debilidad del Estado de derecho, la ineficiencia del sistema judicial, la corrupción y la ausencia de infraestructura básica son los verdaderos cuellos de botella.
No podemos aspirar a replicar el caso costarricense si nuestra institucionalidad se asemeja más a la de Nicaragua. Tampoco podemos seguir creyendo que con "marca país" o buena imagen internacional bastará. El inversionista ve más allá del eslogan: mide el riesgo, sopesa el retorno, evalúa la gobernanza. ¿La lección? La inversión no se decreta ni se maquilla. Se cultiva con paciencia institucional. Costa Rica lo entendió hace décadas. Nicaragua, aunque capta capitales, juega con fuego. Guatemala y El Salvador aún parecen no haber decidido qué modelo seguir.