El sistema de comisiones postuladoras muestra que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones
El desarrollo del país no solo depende de políticas
económicas acertadas, inversiones extranjeras o infraestructuras modernas. Un
pilar fundamental para el progreso es un sistema de justicia eficiente,
compuesto por jueces probos, calificados e independientes que garantice la
seguridad jurídica, clave para atraer inversiones y fomentar el emprendimiento.
Las empresas y los inversionistas necesitan saber que sus derechos serán
respetados, que los contratos se cumplirán y que, en caso de conflicto, podrán
recurrir a un tribunal justo. En ausencia de jueces independientes, el temor a
decisiones arbitrarias o corruptas ahuyenta el capital y limita el crecimiento
económico. Un país donde los contratos no se respetan o la corrupción prevalece
no puede sostener una economía robusta y sostenible.
En ese sentido, el recientemente concluido proceso de elección de magistrados de las cortes Suprema y de apelaciones ha dejado una sensación extraña, en la que se mezcla un cierto alivio con una profunda insatisfacción. Alivio, porque esta vez, al menos, se logró cumplir con el mandato de renovar las cortes en los plazos constitucionales y evitar el fiasco de hace cinco años cuando se produjo una aberrante e ilegal prórroga del mandato de los magistrados. Insatisfacción, porque el sistema de elección, basado en las cada vez más fallidas comisiones de postulación, dejó sembradas muchas dudas sobre la capacidad, probidad e independencia de los jueces electos.
Quizá sea momento de reflexionar sobre el error de origen del sistema de comisiones de postulación: la elección de magistrados no puede dejar de ser un proceso eminentemente político. Los redactores de la Constitución Política, al contrario, creyeron que se podía “despolitizar” dicha elección y se inventaron al sistema de comisiones postuladoras. Aunque al principio pareció funcionar, el resultado ha ido de mal a peor a lo largo de los años. En vez de despolitizar la elección, se politizaron y contaminaron profundamente la academia y el gremio. La proliferación de universidades y de egresados es proporcional a la caída en su calidad. Los mejores abogados del foro nacional ni siquiera se plantean postularse. Muchos de quienes resultan electos son representantes de grupos de interés (algunos muy oscuros) y hasta se incluyen parientes de políticos influyentes. Y, lo peor de todo, nadie rinde cuentas a la sociedad de los resultados de tan tortuosa elección.
La solución pasa por una reforma desde lo político
Reconozcamos que en cualquier democracia liberal la elección
de magistrados es un acto político que debe estar a cargo de los políticos
electos por el pueblo, a quien deben rendir cuenta de sus decisiones. La
solución a nuestro disfuncional sistema de comisiones de postulación pasa por
una reforma desde lo político que debe incluir como mínimo: que los magistrados
no sean electos “en masa”, sino uno por uno, escalonadamente en el tiempo, de
manera que el foco y escrutinio de la opinión pública no se disipe como ahora;
que se devuelva a los políticos electos por el pueblo la responsabilidad de
elegir con consciencia y transparencia a los magistrados; que el plazo de las
magistraturas sea más amplio (y también escalonado en el tiempo) para afianzar su
independencia respecto de sus electores; que el mandato de los altos
magistrados sea eminentemente jurisdiccional y no administrativo para evitar
“tentaciones” indebidas. Sin esas reformas jamás tendremos un sistema judicial
independiente, que no es solo un requisito para el correcto funcionamiento de
la democracia, sino una condición indispensable para el desarrollo económico y
social de la nación.
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