EL CES PODRÍA JUGAR UN
ROL FUNDAMENTAL PARA IMPULSARLA
La semana pasada el Banco Interamericano de Desarrollo
-BID- publicó un informe económico sobre Centroamérica en el que aborda cómo
enfrentar, desde las políticas públicas, los problemas de desigualdad y
descontento social generados por la pandemia. El informe del BID enfatiza, para
el caso de Guatemala, la necesidad de implementar una estrategia de
reactivación económica que mejore la dinámica socioeconómica en el mediano
plazo. Resulta muy oportuno, entonces, que el Consejo Económico y Social de
Guatemala -CES- haya publicado (también hace pocos días) una propuesta de Plan
de Reactivación Económica y Social -PRES-.
La propuesta del CES, además de oportuna, tiene la
virtud de complementar una serie de políticas puntuales que ya han sido
discutidas y recomendadas en otros foros (como una política nacional de
competitividad, medidas para el desarrollo rural, acciones para mejorar la
conectividad, o políticas de empleo digno y de descentralización) con un
planteamiento de componentes estructurales (que incluyen un sistema nacional de
información, la reforma del servicio civil, la mejora en la transparencia y
calidad del gasto público, y la sostenibilidad de las finanzas públicas) sin
los cuales cualquier intento de reactivar la economía tendría resultados
efímeros.
Si bien el planteamiento del CES es un buen punto de
partida para estructurar la estrategia de reactivación que el país necesita,
también lo es que dicho PRES está planteado aún en términos muy generales que
requieren de un esfuerzo adicional de priorización y de definición de detalles
al nivel medidas de política pública más concretas: es necesario explicitar y
priorizar las reformas de fortalecimiento institucional que permitan revertir
la enorme ineficiencia del Estado para ejecutar sus funciones de una manera
medianamente eficiente. El propio informe del BID hace hincapié en el
imperativo de fortalecer la institucionalidad y la rendición de cuentas de las
instituciones públicas y reformar su marco regulatorio, a fin de generar un
clima favorable para hacer negocios y reducir los obstáculos que impiden la
inversión, la competencia y la adecuada provisión de bienes públicos esenciales,
lo que contribuiría a disminuir los niveles de pobreza y de insatisfacción
social existentes.
Para que los componentes del plan propuesto por el CES
sean viables, deben incluir explícitamente propuestas de reforma institucional:
un sistema nacional de información requiere reformar el INE; el sistema de
servicio civil implica reformar la ONSEC; mejorar la calidad del gasto requiere
reformar la Contraloría de Cuentas; las políticas económicas, de conectividad,
de descentralización o de empleo necesitan de un marco de certeza jurídica que
implica reformar los sistemas judicial y de partidos políticos. El desafío que
tiene ante sí el CES es no solo el de concitar, en torno a su PRES, un diálogo
que incluya la reforma funcional del Estado, sino que conducirlo en el entorno
de confrontación y desconfianza que hoy enrarece el clima de gobernabilidad.
Por su conformación y mandato, quizá sea el CES uno de los pocos entes que
quedan en el país con posibilidades de liderar tal esfuerzo.
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