Sin certeza y confianza no hay inversión posible.
La inversión (definida como aquella parte del ingreso
nacional que se destina a la construcción de infraestructura física o a la
adquisición de maquinaria y equipo) es un factor esencial para el crecimiento
económico y para mejorar los niveles de vida de la población. En Guatemala, la
inversión es dramáticamente baja: el año pasado, la formación de capital
(inversión) representó menos del 15 por ciento del PIB, muy inferior a lo que
en promedio se invierte, por ejemplo, en Latinoamérica (22 por ciento) o en las
economías emergentes (33 por ciento).
Lo que es peor, la inversión en nuestro país muestra
una tendencia claramente descendente: hace veinte años representaba más del 20
por ciento del PIB. En ese periodo, la inversión pública (carreteras,
hospitales, escuelas) se ha desplomado, aunque también lo ha hecho la inversión
privada; la proporción de la inversión extranjera directa dentro del PIB es a
penas de un 4 por ciento y con tendencia a disminuir. Así, las posibilidades de
crecimiento y generación de empleos se reducen enormemente.
Los expertos vienen señalando desde hace tiempo que el
bajo nivel de confianza de los inversionistas en el país, junto con los cuellos
de botella institucionales y la incertidumbre, explican los bajos niveles de
inversión en el país. Y los indicadores de confianza continúan deteriorándose:
el Índice de Confianza de la Actividad Económica que calcula el Banco de
Guatemala mostró en febrero una nueva caída y sigue estando por debajo del 50
por ciento desde hace casi dos años. Y los índices de gobernanza y de clima de
negocios continúan siendo muy bajos comparados con los de otros países.
Es extensa la literatura que subraya cuán importantes
son las expectativas para determinar las decisiones de inversión. El año
pasado, un estudio del Fondo Monetario Internacional para Guatemala indicaba
que la falta de confianza de los inversionistas y la incertidumbre eran, junto
con las condiciones económicas internacionales, las principales razones de la
baja inversión. Curiosamente, esos factores resultan en nuestro país mucho más
decisivos para las decisiones de inversión que el nivel de las tasas de interés
o el costo de la mano de obra.
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