viernes, 5 de diciembre de 2014

Irresponsabilidad en Salud Pública

El despilfarro de recursos del erario se ve agravado por la imprudente política salarial del Ministerio de Salud

Guatemala tiene unos de indicadores de salud más precarios del mundo. Los bajos niveles de salud de la población se derivan de un proceso histórico de ingentes necesidades acumuladas, cuyos factores principales tienen que ver con el limitado acceso a servicios de salud y saneamiento, lo cual refleja en gran medida la relativa escasez de recursos del presupuesto que el gobierno dedica al sector y, especialmente, la inadecuada organización y gestión de la instituciones públicas en el área de la salud.
Si a lo anterior le sumamos un manejo miope e irresponsable en el uso de los escasos recursos a cargo del Ministerio de Salud Pública  tenemos lo que tenemos: la peor crisis de salud pública en los últimos veinte años. Un hecho central en dicho manejo inadecuado es la forma en que se contrata, administra y remunera el personal de dicho ministerio.
Por un lado, el número de empleados del Ministerio de Salud se ha multiplicado de forma exorbitante. Mientras que en 2008 había unos 26 mil trabajadores en nómina, la cifra se elevó a unos 42 mil en 2013, y continuó incrementándose hasta alcanzar los 50 mil empleados en 2014. Evidentemente, este aumento exponencial del número de empleados no se ha traducido en una mejora en la calidad y cobertura de los servicios de salud. Más bien al contrario. Ello levanta automáticamente dudas de cuál ha sido la verdadera razón para contratar tantos nuevos empleados en tan poco tiempo: ¿se trata de contrataciones para atender compromisos políticos? ¿Será quizá un mero descuido administrativo? ¿O serán plazas fantasmas para sustraer ilícitamente recursos del presupuesto?
Este acelerado incremento en la plantilla de salubristas estatales tiene un impacto palmario en las finanzas públicas. En 2010 los guatemaltecos pagamos Q1,360 millones por la nómina de empleados del Ministerio de Salud. Esta cifra se ha elevado hasta los Q2,420 millones en el presente año. Es decir que en cinco años el costo de la plantilla de dicho ministerio ha aumentado en un 43%, que significa ¡más de mil millones de quetzales! El que semejante incremento se haya verificado sin que se produjera una mínima mejora en la calidad y cobertura de los servicios –sino más bien al contrario-, vuelve a levantar enormes dudas no sólo sobre la calidad del gasto sino, lo que es peor, sobre la probidad con que este se maneja.
Este despilfarro de los escasos recursos del erario público se ve agravado por la imprudente política salarial del Ministerio de Salud en los últimos años, cuyo vicio más conspicuo es el de acordar generosos pactos colectivos con el poderoso (políticamente) Sindicato  Nacional de Trabajadores de Salud de Guatemala. Estos pactos colectivos los ha firmado el Ministro de Salud sin siquiera haber consultado sus implicaciones con el Ministerio de Finanzas Públicas. Eso es equivalente a que el gerente de producción de una empresa decida otorgar dadivosos aumentos salariales a sus operarios sin preguntarle al gerente financiero si la empresa cuenta con dinero para hacerlo.
Para agregar insulto a la herida, la semana pasada las autoridades anunciaron con jolgorio que, como fruto de los referidos pactos colectivos, pagarán un “bono por antigüedad real” a unos 21 mil empleados de la cartera de salud con un costo para el fisco que supera los Q250 millones anuales. Destaca el hecho de que se trata de un “bono por respirar”, al que se hacen merecedores los trabajadores del ministerio por mantenerse vivos: no importa si trabajan bien o mal, si están o no capacitados, si asisten o no a sus labores, el bono se les dará (y en mayor cantidad a quien tenga más tiempo de permanecer en nómina).
El único beneficio concreto de este derroche de dadivosidad (con los recursos del tesoro del país) es el clima de paz y concordia que se genera entre los sindicalistas y las autoridades de gobierno. Pero eso no compensa los costos. La salud pública es un factor clave para generar desarrollo económico y social. En Guatemala, la mala gestión de la salud pública se convierte en una limitante clara de dicho desarrollo. Por ello es imprescindible cambiar radicalmente la forma en que se organizan las instituciones del sector y mejorar sustancialmente su gestión de recursos a fin de garantizar la adecuada prestación de servicios a la población.

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