§ POLÍTICAS PÚBLICAS
LECCIONES PARA 2010
A fines de 2009 la polvareda de la recesión mundial empezó a disiparse y se hizo evidente que el nuevo año experimentará una lenta y dolorosa recuperación económica mundial. Aunque parece que la economía internacional superó el riesgo de una grave depresión como la de los años 30 del siglo pasado, bien vale la pena extraer lecciones de los eventos que desencadenaron la crisis. El auto-engaño en que incurrieron los banqueros y los compradores de vivienda en los países desarrollados es una faceta central de la crisis, lo mismo que la otra cara de esa medalla: la incapacidad de los reguladores del mercado financiero para evitar que los excesos de aquéllos pusieran en riesgo la estabilidad del sistema. Si bien, como decía Hayek, el libre mercado es una máquina estupenda para procesar y transmitir información, no es extraño que a veces se presenten fallas en su funcionamiento.
Una prueba de esas fallas es, por ejemplo, que los precios al alza de las viviendas (el sector que desencadenó la crisis) debieron desincentivar su compra; en la práctica, los compradores de vivienda vieron en dicho aumento una señal de futuras ganancias y, como en una horda acicateada por la disponibilidad de créditos blandos, aumentaron la demanda y generaron una burbuja especulativa. Y los mercados también fallan cuando, por desidia o mala fe, la información no fluye y los vendedores (por ejemplo) saben más que los compradores acerca de las características del producto transado, lo que hace que su precio no refleje todos los costos (incluyendo los sociales) incorporados en su producción. Por ello la corriente principal del pensamiento económico actual se inclina por lograr un mejor equilibrio entre la libertad individual de emprender y la responsabilidad gubernamental de vigilar el desempeño del mercado.
Pero aparte de la discusión sobre las virtudes y defectos del libre mercado, existen dos lecciones de la crisis que merece la pena aprender para el nuevo año, y más allá. La primera es que la verdadera riqueza no yace en los productos financieros, sino en los bienes y servicios que deseamos consumir o en las cosas (fábricas, maquinaria, mano de obra calificada) que nos dan la posibilidad de producir más de tales bienes y servicios. Los activos financieros (depósitos bancarios, bonos, acciones) surgen del deseo de posponer el consumo, de manera que el dinero puede ser ahorrado por motivos precautorios o especulativos: los valores financieros no son riqueza, sino solamente títulos representativos de la misma.
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