85 AÑOS DE VUELO
En 1926 gobernaba Guatemala el General José María Orellana. Las condiciones de la economía eran adversas debido, entre otras razones, a las graves limitaciones financieras que tenía el fisco (¿les parece conocido?), agobiado por la falta de financiamiento y la dificultad de obtener empréstitos del exterior. Lo anterior se concatenaba con un sistema monetario y bancario caótico en el que seis diferentes bancos privados emitían billetes de distintas denominaciones de peso y a quienes el gobierno debía también importantes sumas de dinero.
Para entonces los países de Europa y Norteamérica gozaban ya de los frutos de la Revolución Industrial que se hacían evidentes en la provisión de servicios públicos tales como el transporte ferroviario, las carreteras, los servicios telefónicos y eléctricos, que eran la envidia de los gobiernos de países como el nuestro que, para aspirar a acortar la distancia que los empezaba a separar cada vez más de aquellas realidades, tenían que buscar fuertes empréstitos. Pero con su escasa vocación de ahorro, su reputación de ineficiencia y corrupción, así como su historial de incumplimiento de sus obligaciones financieras, los gobiernos latinoamericanos encontraban muy difícil que los capitalistas extranjeros (los decentes, claro está) estuvieran dispuestos a arriesgarse a darles préstamos. Y no había Banco Mundial que entrara al rescate.
En tales circunstancias el gobierno de Orellana sólo tenía dos opciones. Una era continuar en el desorden financiero y seguir cautivo de los financistas que también agobiaron al gobierno de Estrada Cabrera con préstamos onerosos y asfixiantes. La otra era reformar el sistema monetario, modernizar el fisco y fortalecer los sistemas contables del gobierno, con el propósito de reconstruir la reputación financiera del país y mejorar así la calificación crediticia a fin de tener acceso a préstamos en condiciones razonables; cuánto mejor si tales reformas las lideraba algún connotado académico estadounidense que diera credibilidad al proceso y que tuviera buenos contactos en Washington, D.C.
Orellana se decantó por la segunda opción y contrató al profesor Edwin Walter Kemmerer, a la sazón profesor de la Universidad de Princeton, quien se estaba ganando a pulso el sobrenombre de “Doctor Dinero” por sus labores de asesor estrella en los procesos de reforma monetaria y bancaria en varios países de Latinoamérica. Según se narra en su interesante biografía (escrita por su hijo Donald y cuyo ejemplar de la edición de 1993 llegó a mis manos gracias a la amabilidad de Mauricio Zachrisson, nieto del Ministro de Hacienda de Orellana que lideró la reforma), el profesor Kemmerer encontró en Guatemala un ambiente de intriga política y de lucha de intereses económicos muy poderosos (¿les parece conocido?), que con dificultad, perseverancia y argumentos técnicos logró superar. El plan de Kemmerer para reformar el sistema monetario y financiero del país, mediante el cual se adoptaba el patrón oro, se creaba una moneda a la par del dólar estadounidense, se limpiaba la deuda pública y se creaba una nueva moneda, fue finalmente aprobado por el gabinete de Orellana y devino ley de la República en noviembre de 1926. El Quetzal, nuestra moneda, cumple este mes 85 años y aún revolotea, causando de cuando en vez alguna polémica en círculos académicos, políticos y empresariales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE LOS LECTORES: