miércoles, 1 de abril de 2009

Hace 70 Años

El 1 de abril de 1939 terminó oficialmente la Guerra Civil Española con la capitulación de la heroica ciudad de Madrid ante las fuerzas golpistas de Franco. Hoy que se cumplen 70 años del hecho, me parece una buena ocasión para revivir una columna que publiqué a finales del año pasado, con motivo de la remoción de la última estatua del dictador en territorio español. Como aquella vez, mi intención es rendirle un justo homenaje a los exiliados españoles que, como mi querido y recordado padre, Fernando, encontraron en Guatemala refugio, cariño y patria complementaria. Para ellos, aquí va.

POR FIN SE FUE EL DICTADOR
El 18 de diciembre pasado, en la plaza del Ayuntamiento de Santander (en Cantabria, al norte de España) fue removida la última estatua ecuestre de Francisco Franco que quedaba en pie sobre la Península Ibérica. El dictador que gobernó por 36 años es, desde hace tiempo, un fantasma del pasado que los gobernantes y la sociedad española tratan de enterrar definitivamente, para cuyo efecto, entre otras medidas, han estado eliminando de los lugares públicos las numerosas estatuas y monumentos que el hombrecillo y sus aduladores erigieron durante la dictadura. La de Santander era la última que quedaba en pie y fue removida ante medio millar de ciudadanos que presenciaron el acto, en actitud de absoluta normalidad y responsabilidad cívica.
Para quienes somos descendientes del exilio español, hijos y nietos de quienes sufrieron en carne propia las dolorosas heridas de la Guerra Civil española y la subsiguiente dictadura, la expulsión simbólica de Franco de las plazas públicas significa una tardía pero merecida reivindicación y una justa satisfacción a la memoria de nuestros padres y abuelos. Representa también para nosotros, como guatemaltecos, el ejemplo de una sociedad que tiene el valor de enfrentar a su historia, con todas sus consecuencias, para sanar sus heridas y lograr la plena reconciliación.
Mi padre, Fernando, se habría sentido, sin duda, satisfecho, como lo estarán donde quiera que se encuentren sus hermanos y compañeros que eligieron a la Guatemala de principios de los años cincuenta como su lugar de refugio: los García Fernández, Jimeno, Pérez, Arribas, Aguado, Ramos, Osuna, Castellanos, Villaverde, Quintana y demás republicanos españoles que, al pasar de los años, devinieron en fundadores de familias guatemaltecas de bien.
Recuerdo también las historias que mi padre contaba respecto de mi abuelo, Alejo, y pienso en lo difícil que habrá sido para él --un libre pensador, masón, demócrata y republicanista- tener que decidir entre uno de los dos bandos, radicalizados y extremistas, que desencadenaron esa trágica guerra civil de 1936, que no sólo fue un sangriento prólogo de la Segunda Guerra Mundial, sino que condenó a España a cuatro décadas de dictadura franquista. Cuando hubo de decidir, el abuelo se decantó por el lado más cercano a la libertad, la democracia y la razón: eligió el bando que durante tres años resistió improvisada, heroica pero infructuosamente la asonada militar fascista liderada por Franco. Perdieron la guerra, pero la razón siempre estuvo de su lado, tal como lo reivindica hoy la extirpación de las estatuas del Generalísimo de todo el territorio español.Post scriptum. Las amenazas contra la libertad, la democracia y la razón cobran hoy, en Guatemala, formas diferentes, más tenues y sutiles, en comparación a las que había en la España de 1936, pero no por ello dejan de estar latentes. Por esa razón, expreso aquí mi solidaridad para con Gustavo Berganza, quien en días recientes ha sido objeto de injustificados ataques y descalificaciones en los noticieros de la televisión local y en su estación de radio. ¡Ánimo y feliz año 2009!

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