Hay tanto por hacer, y las demandas ciudadanas son tan amplias, que resulta imprescindible priorizar las políticas gubernamentales. Lo mejor sería priorizar la reforma política-institucional y la focalización del gasto público.
Se acabó la Semana Santa (tradicional parteaguas en el
año político guatemalteco); las élites del país deberían aprovechar la ocasión
para impulsar los cambios profundos que la ciudadanía está reclamando desde
hace casi un año. Para hacerlo es esencial priorizar las acciones a emprender.
Lo primero es reconocer que el obstáculo más inmediato
a vencer es el propio sistema político, principal fuente de la corrupción, la
ineficiencia y el deterioro institucional que nos aquejan. Por eso, las
prioridades de gobierno deben incluir un componente de comunicación que envíe
señales precisas a la ciudadanía, de manera que esta perciba que sus demandas de
cambio institucional están siendo atendidas.
Para ello conviene centrar los esfuerzos en, al menos,
cuatro áreas clave. Una es la reforma del servicio civil, pero en un esfuerzo
liderado por la nueva política, no por los políticos tradicionales que solo
buscan hacer cambios cosméticos que no transformen el ineficiente sistema
actual. Esta reforma debe empezar por hacer un inventario de todas las plazas
del Estado y por el control electrónico de todos los pagos de planilla.
Segundo, una política de transparencia total y lucha
frontal contra la corrupción que incorpore medidas de impacto, tales como la reforma
aduanera o la apertura de un observatorio anti-corrupción donde la ciudadanía,
con el apoyo de la comunidad internacional, pueda denunciar y ver reflejadas
sus demandas. Tercero, una real y profunda reforma de la Ley Electoral que
incluya los temas clave que fueron ignorados en las reformas que actualmente
discute el Congreso: otorgarle un verdadero rol supremo al TSE, el voto secreto
en las asambleas partidarias, el rediseño de los distritos electorales y la
posibilidad de elegir a los diputados en listados abiertos. Cuarto, aprovechar
el clima de indignación ciudadana para mantener la presión de la opinión
pública –y exigir la rendición de cuentas- sobre el centro visible del sistema
vigente: el Congreso de la República.
Simultáneamente,
la coyuntura obliga a atender la problemática fiscal. Los recursos
financieros son escasos; ello demanda un esfuerzo serio (y visible) de
austeridad y focalización del gasto en áreas clave como nutrición, salud,
educación primaria, infraestructura vial y seguridad ciudadana, especialmente si ya cuentan con programas
específicos. Esto implica necesariamente la decisión de restarle prioridad (y
recursos) a programas que no son eficaces (como los de fertilizantes, bolsas, o
fondo de vivienda). Ello requiere de valentía política, pero puede dar réditos
importantes si se comunica adecuadamente.