viernes, 28 de marzo de 2014

Clima de Negocios en Camioneta

"La Camioneta" es un documental, finamente logrado, que nos confronta a los guatemaltecos con una realidad cruda y desafiante

Gracias a Netflix –ese maravilloso invento para los adictos a la televisión- tuve la ocasión de ver hace pocos días el documental La Camioneta, opera prima del director estadounidense Mark Kendall, desarrollada a caballo entre Guatemala y Estados Unidos en asociación con el productor guatemalteco Rafael González. Si para un gringo promedio los 71 minutos del film pueden ser entretenidos y explicativos, para un guatemalteco pueden resultar desafiantes y esclarecedores respecto de una realidad cruda con la que se ve confrontado.
Se trata del largo periplo que recorre un vehículo que, como muchos otros y luego de haber funcionado durante pocos años como bus escolar en Pensilvania, es subastado e inicia una lenta transformación hasta convertirse en una camioneta que ha de cubrir la ruta hacia Ciudad Quetzal, esa tierra de nadie en San Juan Sacatepéquez donde la única certeza existente es la de la inseguridad reinante. La metamorfosis –de monótono bus escolar a colorida camioneta- ocurre en una ruta escabrosa desde Estados Unidos (donde “si cumples las reglas, no te pasa nada” según el chofer guatemalteco que adquiere el bus en la subasta) hasta Guatemala, pasando por México (donde “cualquier cosa puede ocurrir”).
Uno de los aspectos más impactantes del documental es la actitud admirable de los guatemaltecos involucrados en el proceso: el chofer que trae el bus (que no sólo viene repleto de repuestos, sino trae otro carro a remolque), el intermediario que lo adquiere para su reventa, los artesanos que lo transforman artísticamente en una nave reluciente, y el ilusionado campesino emprendedor que lo adquiere como su activo más valioso para iniciar una aventura como transportista. Todos ellos personajes de la vida real, empresarios valientes y optimistas que se enfrentan a un entorno adverso en el que el éxito de su actividad económica requiere sobornar a las autoridades, pagar puntualmente la extorsión a los mareros, sacrificar su bienestar durante mucho tiempo para poder comprar los bienes e insumos necesarios para trabajar, y poner en riesgo la vida para ganarse el sustento diario.
Elegante, pero brutal, el documental La Camioneta describe el clima de negocios tan adverso y violento en el que se desenvuelve la vida de muchos guatemaltecos. La enorme cantidad de choferes de bus que han muerto en el país en los últimos años (particularmente en Ciudad Quetzal) es simplemente escandalosa y da una clara idea del descomunal desafío que enfrentan los pequeños empresarios en el país. Es bien sabido que uno de los efectos indeseables de la criminalidad (además de los terribles costos humanos y sociales) es que aumenta los costos de operación de las empresas e inhibe el progreso económico.
El problema de la espiral delincuencial en Guatemala tiene, claro está, una serie de causas subyacentes (el fácil acceso a las armas ilegales, un sistema judicial disfuncional, una policía mal entrenada y mal equipada, y un sistema penitenciario corrupto y violento) donde el factor principal es la impunidad casi absoluta, pues la gran mayoría de asesinatos (no sólo de choferes) queda impune, sin que tan siquiera se produzcan arrestos o investigación penal y, cuando estos se dan, los casos languidecen sin investigar.
En una economía como la guatemalteca, el ya vulnerable clima de negocios –afectado por la corrupción y los limitados recursos públicos dedicados a la educación, la salud la infraestructura y la seguridad ciudadana- se deteriora mucho más con la criminalidad, lo que afecta especialmente el crecimiento y el rendimiento de las pequeñas y medianas empresas.
La Camioneta evoca, poéticamente, como un bus desechado por las reglas del sistema estadounidense, se recicla en una nueva vida, jovial y floreciente, en el menos propicio de los lugares, gracias al empuje, resistencia, imaginación y espíritu empresarial de unos guatemaltecos que, sobreponiéndose a la adversidad de la violencia y la pobreza en que se desempeñan, son capaces no sólo de ganarse dignamente la vida con desechos importados, sino de hacerlo con arte y gracia. Este brillante y muy recomendable documental nos da un atisbo del enorme potencial de los guatemaltecos y de cuánto podrían lograr si tan solo gozaran de un clima un poco más propicio para crear, emprender y progresar.

viernes, 21 de marzo de 2014

De India a Guatemala

India y Guatemala son países que tienen muchas características comunes; y tienen muchas otras que, aunque distintas, vale la pena comparar
Para un ciudadano indio, nuestro país puede parecer difícil de entender. Ello es natural porque, geográficamente, India es el país antípoda de Guatemala y, culturalmente, ambos países son, asimismo, totalmente diferentes. Sin embargo, en el campo de la economía tienen muchas características comunes y muchas otras que, aunque distintas, vale la pena comparar.
En el ámbito de las políticas macroeconómicas los dos países han adoptado medidas correctas a lo largo de varios años que les han permitido reducir significativamente su vulnerabilidad ante shocks externos: déficits fiscales pequeños, política monetaria disciplinada con un régimen cambiario relativamente flexible, déficit externo moderado, y reservas monetarias internacionales abundantes para ser utilizadas en caso de presiones financieras externas.
También existen similitudes en varios aspectos negativos: la inversión extranjera es muy baja en ambos países (en comparación con sus relativos tamaños y con las cantidades de inversión que atraen otros países de similar nivel de desarrollo); además, la recaudación tributaria es ineficiente, existe un gran desperdicio del gasto público (incluyendo en ambos casos programas que despilfarran recursos en subsidios al transporte y en reparto de fertilizantes, al tiempo que se invierte relativamente poco en salud y educación), niveles de corrupción elevados, y mercados domésticos de capital poco desarrollados (no existe, por ejemplo, un marco regulatorio específico para procesos de quiebras e insolvencias).
Pero también existen muchas disimilitudes entre ambos países. A diferencia de Guatemala, India ha avanzado en reformas estructurales y cuenta desde hace muchos años con un servicio público de carrera y un sistema judicial relativamente confiable. Pero quizá la diferencia más importante es que India ha progresado velozmente en años recientes logrando reducir la tasa de pobreza de un 45% de la población en 1994 a un 22% en 2012. En Guatemala la tasa de pobreza sólo se redujo de 63% a 53% en el mismo periodo.  India logró este rápido avance merced a que su producción (medida por el PIB) ha crecido durante varios años a una tasa promedio anual de 6.7% que, aunque recientemente se ha decelerado un poco, revela que la creación de mejores empleos y el aumento de la productividad se traduce no sólo en crecimiento económico sino en mayor bienestar.
Sin embargo, India aún enfrenta el reto de sacar de la pobreza a 270 millones de personas y de mejorar el nivel de vida de cientos de millones más. Un reciente estudio del McKinsey Global Institute sobre India revela que, encima de la línea de pobreza, ese país debe emprender una serie de acciones para mejorar la “línea de empoderamiento” que determina el nivel mínimo de consumo que se requiere para satisfacer ocho necesidades básicas –alimentación, energía, vivienda, agua potable, saneamiento, salud, educación y seguridad social- a niveles suficientes para alcanzar un estándar de vida decente (no sólo de subsistencia mínima).
Las reformas, ambiciosas pero económicamente lógicas, que McKinsey propone para India se agrupan en cuatro áreas. Primero, acelerar la creación de empleos para acomodar a la creciente fuerza de trabajo, especialmente en la industria y los servicios, para lo cual el Estado debe facilitar la apertura de negocios, aumentar la infraestructura física, flexibilizar el mercado laboral y expandir la educación vocacional hacia los más pobres.
Segundo, acelerar la productividad de la microempresa rural invirtiendo en infraestructura física y reformas que mejoren el acceso al mercado, a nuevas tecnologías y a servicios de extensión agrícola. Tercero, aumentar el gasto público en servicios básicos de salud, energía, agua y saneamiento. Y cuarto, hacer más efectivo el gasto público (incluyendo un combate frontal a la corrupción) mediante estrategias que incorporen alianzas del gobierno con los sectores empresarial y social, la participación activa de las comunidades y el uso de tecnologías para eficientar y monitorear la operación gubernamental.
No tiene por qué sorprender que estas políticas, que permitirían a los ciudadanos alcanzar un sentido fundamental de seguridad económica, de oportunidad y de dignidad ciudadana, sean evidente y razonablemente, extensibles de India a Guatemala.

viernes, 14 de marzo de 2014

¡No lo Puedo Creer!

A los ojos de una visitante del otro lado del mundo que visita Guatemala por primera vez, surge la imagen de un país extremadamente complejo 
Hace algunos días estuve reunido con  una analista de la Pacific Investment Management Company –Pimco-, quien con un grupo de enviados de distintos bancos de inversión hacía una gira por Centroamérica para evaluar la situación económica y política. Pimco es una empresa californiana que gestiona y administra activos de inversión de renta fija alrededor del mundo y es, de hecho, uno de los tres inversionistas en bonos más grandes del mundo, incluyendo bonos guatemaltecos (tanto gubernamentales como de empresas privadas).
Guatemala era la última escala de la gira que esta analista, originaria de subcontinente indio, hacía para evaluar los riesgos de las inversiones que su empresa (y las que otras empresas, a su vez, le confían a Pimco) en la Región. Era su primera visita a nuestro país y tuvo una primera impresión positiva, no sólo al ver las cifras macroeconómicas y los importantes montos de inversión que atraen los bonos guatemaltecos, sino también al percibir un cierto nivel de pujanza y modernidad relativamente mayor que en otras ciudades centroamericanas. Le resultaba evidente que Guatemala era el país más grande y con mayor potencial de los visitados.
Pero cuando la conversación giró hacia temas de productividad, pobreza y gobernabilidad, sus certezas comenzaron a desvanecerse. “No lo puedo creer”, me dijo al percatarse de la gran diferencia entre el PIB per cápita de Costa Rica (alrededor de US$9.3 miles en 2012) respecto del guatemalteco (US$3.5 miles) y, especialmente, al ver que el de El Salvador también era superior (US$3.9 miles).
Ciertamente no es fácil explicar cómo nuestro vecino inmediato muestra mucho mejores indicadores de nivel de vida, al tiempo que está sumido –desde hace años- en una situación macroeconómica bastante más frágil y riesgosa: enorme déficit externo, ingente desequilibrio entre gastos e ingresos fiscales, creciente endeudamiento público, altísima dependencia del financiamiento externo y, sobre todo, escasísimo dinamismo de los sectores productivos. En todas esas áreas el desempeño de Guatemala es notablemente superior.
A los ojos de una visitante del otro lado del mundo, junto a las cifras contradictorias surge la imagen de un país extremadamente complejo y con obvios síntomas de trastorno de identidad disociativo (o doble personalidad). Junto con la Guatemala de sólidos indicadores macroeconómicos, responsable manejo de la deuda, baja inflación y estabilidad cambiaria, coexiste la otra que duele ver, con indicadores africanos de desnutrición, mortalidad infantil, bajo desempeño educativo y corrupción.
Por un lado está el país cuyo clima para hacer negocios lo ubica en el puesto 79 a nivel mundial en el índice Doing Business, muy por encima de El Salvador, que ocupa el puesto 118. Por el otro, está la Guatemala donde la salud, la educación y el estándar de vida, que son los componentes principales del denominado Índice de Desarrollo Humano la ubican en el puesto 133, a la par de algunos de los países más pobres del planeta y lejos del puesto 107 que ocupa El Salvador.
Esta dualidad se manifiesta en dos aspectos clave: la pobreza y la falta de productividad. Ambos son las dos caras de la misma medalla. Los indicadores de persistente pobreza y desigualdad frenan el crecimiento y dificultan la gobernabilidad, mientras que la baja productividad y su lento crecimiento reflejan la ineficiencia de la economía informal donde se ocupa la mitad de la población y que no permite cerrar la brecha que nos separa de los países más avanzados.
Para superar esta situación es necesario revertir la históricamente baja productividad de la economía guatemalteca, enfrentando sus causas estructurales: informalidad económica, escasa infraestructura, regulaciones inadecuadas, insuficiente competencia y acceso al crédito (y, por ende, poca innovación). Además, la atención al capital humano necesario para la productividad es extremadamente precaria.
Mientras el Estado no tome las acciones necesarias para propiciar una mejora sustancial en el capital humano (salud, nutrición y educación), físico (infraestructura) y social (imperio de la ley e instituciones eficientes), nuestro país de doble personalidad seguirá pareciendo una alucinación increíble para los visitantes (e inversionistas) provenientes de lejanas tierras.

viernes, 7 de marzo de 2014

Instituciones Degeneradas

El gobierno representativo siempre ha sido un sueño difícil de alcanzar en nuestro medio
Hace cinco años que la gran crisis económica mundial alcanzó su clímax en las economías desarrolladas. Y hace un par de años que salió publicado un libro que, con una visión un tanto fatídica, anunciaba el declive de la civilización occidental y de sus grandes potencias. Niall Ferguson, historiador escocés y profesor en la universidad de Harvard, publicó en 2012 su pequeño, oportuno e interesante estudio La Gran Degeneración: Cómo Decaen las Instituciones y Mueren las Economías, que trata sobre el vínculo que existe entre las instituciones y el desempeño económico y social.
Ferguson ofrece en su libro en su libro una descripción de los factores que llevaron, en su visión, al estancamiento de las potencias occidentales. Los síntomas de este declive incluyen el aumento de la criminalidad, de la deuda pública, del envejecimiento poblacional, de la pobreza y de la desigualdad, acompañado de una reducción del crecimiento económico y de la calidad educativa, entre otros.
Detrás de esos síntomas está la degeneración de las instituciones, que son el intrincado marco en que las fuerzas sociales actúan para el progreso o caída de la civilización. Las cuatro instituciones básicas que, según Ferguson, constituyen los pilares de la civilización occidental son el gobierno representativo, el mercado libre, el imperio de la ley y la sociedad civil. Estas instituciones (y no la ubicación geográfica o el clima) fueron las que colocaron a las potencias occidentales en el camino del progreso, hasta su reciente decadencia.
Si esta visión, francamente pesimista, tiene muchos elementos que deben hacer reflexionar a los líderes de los países industrializados, resulta mucho más desafiante para países con menor grado de desarrollo, como Guatemala, no tanto porque nuestras instituciones estén en decadencia sino, lo que es peor, porque quizá nunca en nuestra historia hemos contado con ellas.
Muchos de los síntomas –y otros- que aquejan a las potencias de Occidente están entre nosotros desde hace tiempo: altos niveles de pobreza y desigualdad, criminalidad y comportamiento antisocial, insuficiente crecimiento económico, creciente insatisfacción con los servicios gubernamentales, juventud desempleada y desesperanzada. Y lo más preocupante, quizá, es que ni siquiera estamos dando los pasos necesarios para fortalecer los cuatro pilares institucionales antes mencionados.
El pilar del gobierno representativo siempre ha sido un sueño difícil de alcanzar en nuestro medio, poco acostumbrado a vivir en una democracia republicana en la que los pesos y contrapesos mantengan enfocados y controlados los poderes del Estado minimizando los riesgos de que se abuse del poder y se caiga en el autoritarismo, nefasto para la innovación y el ejercicio de la libertad individual. Lejos de consolidar un gobierno representativo, nuestros países parecen estar retrocediendo hacia un Estado patrimonialista, típico de sociedades premodernas cuya característica primordial es la tendencia de los poderosos a apropiarse de los bienes públicos.
El pilar del mercado libre no puede desarrollarse mientras la clase media sea tan pequeña, la pobreza tan generalizada, la innovación tan escasa y la competencia tan limitada. El mercado tampoco puede funcionar si el tercer pilar, el imperio de la ley, se ve impedido de funcionar debido a un sistema de justicia atrasado, atrofiado y corrupto.
Finalmente, el pilar de la sociedad civil –compuesta por las asociaciones, sindicatos, gremios y grupos de interés- no puede jugar su papel clave en la construcción de una sociedad próspera si sus líderes únicamente buscan privilegios, rentas y canonjías del gobierno o de gobiernos extranjeros, y si la ciudadanía permanece apática, pasiva e ignorante, limitando su participación únicamente a votar resignadamente cada cuatro años.
Una de las conclusiones del libro de Ferguson es la importancia que para la construcción de las instituciones esenciales, y para el progreso de las sociedades, reviste la colaboración entre las organizaciones de la sociedad civil, el gobierno y las empresas privadas para resolver los serios problemas que nos afectan. Ello requiere que los líderes políticos, cívicos y empresariales de nuestro país asuman su responsabilidad con decisión y visión de país.

ENERGÍA ELÉCTRICA: SE ACABARON LAS VACAS GORDAS

URGEN MEDIDAS PARA EVITAR UN DÉFICIT DE SUMINISTRO   Durante años, el sistema eléctrico nacional tuvo un superávit de oferta; es decir, su c...