viernes, 28 de febrero de 2014

Para Incentivar la Inversión

Guatemala tiene un nivel de inversión muy bajo, lo que explica en gran medida el escaso dinamismo de nuestra economía y los elevados niveles de pobreza. Por ende, es necesario incentivar la inversión, lo cual no se logra con medidas de maquillaje, sino concentrándonos en los temas de fondo. 
La inversión es el factor clave para aumentar la producción y el bienestar de un país. Solamente la inversión (que aumenta la disponibilidad de capital en la economía) y la innovación pueden aumentar significativamente la frontera de posibilidades producción, ya que los otros factores de la producción o son fijos y no crecen –la tierra- o sólo crecen vegetativa y lentamente –el trabajo-.
La inversión es el único componente de la demanda agregada capaz de dinamizar la producción y responder sensiblemente a estímulos de política pública; los otros componentes de dicha demanda sólo responden a factores inerciales (el caso del consumo privado) o exógenos (las exportaciones), o no pueden ser sostenibles por periodos prolongados (el gasto de gobierno).
Por desgracia, Guatemala tiene un nivel de inversión muy bajo, lo que explica en gran medida el escaso dinamismo de nuestra economía y los elevados indicadores de pobreza del país. La inversión en Guatemala representa solamente un 15% del valor de la producción total (medida por el PIB), cuando el promedio de dicho porcentaje en Latinoamérica es de 23% ¡y en China 50%! Además, Guatemala atrae muy poca inversión extranjera directa en comparación con nuestros vecinos. Entonces, ¿qué podemos hacer para que aumenten la inversión?
Guatemala brinda algunas condiciones favorables para la inversión: la inflación es relativamente baja y estable, la deuda pública es manejable, el sistema financiero es sólido, hemos tenido varias elecciones libres y democráticas consecutivas, los recursos naturales son abundantes, y el grado de apertura al comercio exterior es grande con un déficit exterior manejable. Por lo tanto, los obstáculos que impiden que crezca la inversión deben ubicarse en otros aspectos que son claves para que cualquier inversionista decida emprender un negocio en nuestro país.
Para empezar, el tamaño del mercado guatemalteco está muy limitado (en relación al tamaño de la población) debido al elevado porcentaje de la población en situación de pobreza (más de la mitad) y al consiguiente pequeño tamaño de la clase media, lo que hace que Guatemala sea un destino de inversión menos atractivo que otros países de similar dimensión. Esto no solo es resultado de la elevada concentración del ingreso sino que, principalmente, del escaso dinamismo de la producción, lo que configura un complejo círculo vicioso: una economía poco dinámica no es atractiva para la inversión, y la poca inversión impide un mayor crecimiento de la economía.
Todo ello es el resultado de que nunca hemos efectuado las reformas estructurales que otros países lograron implementar en los últimos veinte años. Entre las consecuencias de ese fracaso destaca la pobre infraestructura física, particularmente en carreteras que acerquen y conecten los mercados: mientras que la inversión en infraestructura representa el 10% del PIB en China y el 6% en India, es menos del 1% en nuestro país.
Otro factor de igual importancia es la baja productividad del trabajo, lo que está conectado con el bajísimo nivel educativo y con las graves deficiencias nutricionales prevalecientes. Asimismo, la rigidez del mercado laboral (ni siquiera contamos con un marco regulatorio del trabajo a tiempo parcial). A esto hay que agregar el clima de violencia y criminalidad que, junto con la corrupción generalizada, ahuyentan a cualquier inversionista bienintencionado. Y, para terminar, la ineficiencia y debilidad de las instituciones públicas (incluyendo una baja recaudación tributaria) impiden que el Estado pueda cumplir con proveer la infraestructura, salud, educación, seguridad y certeza jurídica que requiere la inversión privada para florecer y contribuir con el crecimiento y prosperidad del país.
Para incentivar la inversión no existen soluciones mágicas; la tarea es difícil y los esfuerzos deben centrarse en las áreas enumeradas. No hay que empezar de cero: en el Congreso de la República existen iniciativas de ley que podrían coadyuvar al avance de las reformas económicas requeridas. Por ejemplo existe una iniciativa para regular el trabajo a tiempo parcial (iniciativa 4648) y otra para dar estabilidad jurídica y tributaria a la inversión (iniciativa 3996). Por allí podríamos empezar para lograr en el corto plazo algún avance concreto.

viernes, 21 de febrero de 2014

Después de la Crisis: Visión Optimista

Nuestro país sobrevivió esta crisis mundial de mejor manera que en otras crisis del pasado, y con menos problemas que los países vecinos
La semana pasada señalamos, en tono pesimista, que la gran crisis económica mundial del quinquenio pasado fue una oportunidad perdida para Guatemala ya que, a pesar de que nuestra economía superó con escasos rasguños los embates de la crisis, fracasó en las reformas (en educación, salud, infraestructura e instituciones) que eran necesarias para sacarle provecho (en términos de productividad y bienestar) a las muy favorables condiciones financieras que prevalecieron en los mercados internacionales, así como al nuevo entorno mundial post-crisis.
No obstante ello, es menester reconocer que nuestro país sobrevivió esta crisis mundial de mejor manera que en crisis anteriores (que fueron incluso de menor escala) y con un mejor desempeño que los países vecinos: la producción se estancó, pero no cayó; las exportaciones y el crédito cayeron, pero repuntaron luego rápidamente; la inflación y el tipo de cambio se mantuvieron bajo control. Viendo con lentes de optimismo, debemos admitir que este buen desempeño se debió a que, pese a todo, contamos con un conjunto aceptablemente bueno de instituciones y políticas macroeconómicas.
Un reciente documento de trabajo preparado por el economista José de Gregorio, publicado en diciembre  pasado por el Fondo Monetario Internacional –FMI-, sobre la capacidad de resistencia y adaptación de las economías latinoamericanas ante la crisis mundial, pone los focos sobre aquellos aspectos que nos permitieron defendernos exitosamente de las muy adversas condiciones económicas mundiales. Según dicho estudio, se pueden distinguir cinco factores clave.
El primero es que, cuando empezó la crisis, contábamos con buenas condiciones macroeconómicas: el déficit fiscal era bajo (menor a 2% del PIB), la deuda pública estaba bajo control, y la inflación era baja y estable; todo ello permitió enfrentar la crisis con políticas fiscales y monetarias moderadamente anticíclicas, lo cual contribuyó a aliviar los efectos de la crisis.
El segundo factor es el marco de flexibilidad del tipo de cambio; no es que el quetzal (a diferencia de otras monedas) se haya devaluado durante la crisis, sino que el simple hecho de saber que el tipo de cambio podía ajustarse eliminó la tentación de especular contra el valor de la moneda, lo cual conjuró el riesgo de movimientos cambiarios bruscos como los experimentados en crisis previas.
El tercero es que tuvimos buena suerte: antes de la crisis gozamos de buenas condiciones y precios internacionales que hicieron crecer el valor de las exportaciones; además, en el caso de Guatemala esta buena suerte se vio complementada por una base exportable cada vez más diversificada y con penetración creciente en nuevos mercados.
El cuarto factor es la solidez y buena regulación del sistema financiero: los indicadores de solvencia, utilidades y calidad de la cartera estaban en franca mejora antes de la crisis, y mejoraron aún más una vez superado el primer año del shock externo (2009), lo cual hizo posible que el sistema financiero pudiera reiniciar rápidamente (en 2010) el crecimiento del crédito al aparato productivo.
El quinto fue el elevado nivel de reservas monetarias internacionales (más de US$ 5 millardos en 2009) que se venían acumulando durante los años pre-crisis a fin de evitar una apreciación abrupta del quetzal; esos niveles de reservas ayudaron a disuadir cualquier ataque contra la moneda y a eliminar cualquier temor de impago de las deudas con el exterior, al tiempo que proporcionaron un colchón ante la amenaza de falta de financiamiento externo durante la crisis.
Puestos, pues, a ver el lado positivo de la crisis, debemos sacar la conclusión de que la prudencia en la política fiscal, aunada a la existencia de las reglas claras e institucionalizadas en las políticas monetaria y financiera, fueron elementos fundamentales en el accionar de las instituciones públicas que deberían preservarse como un valioso activo de la economía nacional.
La lección que nos deja la crisis mundial que parece estar finalizando es que, como país pequeño y abierto, debemos preservar a toda costa la disciplina macroeconómica pero, al mismo tiempo, debemos emprender cuanto antes las reformas estructurales que nos permitan, por fin, emprender una ruta sostenida de prosperidad y desarrollo integral.

viernes, 14 de febrero de 2014

Después de la Crisis: Visión Pesimista

El momento para implementar políticas de largo plazo es hoy mismo, y para ello no hay que inventar el agua azucarada
Hace cinco años el crac financiero estadounidense explotaba como recesión mundial al contagiarse a la deuda soberana de varios países europeos. Guatemala sobrevivió esta gigantesca crisis económica mundial más o menos incólume. La lectura de dicha sobrevivencia puede hacerse con lentes pesimistas, que nos ayuden a sacar lecciones de la forma en que –como tantas veces- desaprovechamos la oportunidad que nos brindó la crisis de tomar medidas de largo plazo para progresar sostenidamente. O pude hacerse con lentes optimistas, que nos permitan ver las fortalezas –muchas veces menospreciadas- que nos ayudaron a afrontar la crisis. Pongámonos hoy los pesimistas.
El desafío de enfrentar la crisis, para un país pequeño y vulnerable como Guatemala, se dibujaba en dos planos. Por un lado, el del corto plazo, se trataba de adoptar medidas paliativas para reducir los costos y la duración del inevitable ajuste económico que conllevaba el shock externo; afortunadamente no caímos en la tentación de adoptar medidas populistas o antitécnicas para enfrentar el ajuste, pues ello solamente lo habría tornado más prolongado y costoso. Por otro lado, el del largo plazo, se trataba de prepararnos para el futuro, y allí no fuimos tan afortunados: aunque no caímos en el error de aplicar políticas equivocadas para atender la coyuntura, cometimos –una vez más- el igualmente grave error de desatender las políticas de largo plazo: nos dedicamos únicamente a lo urgente mientras relegamos lo importante.
Es una tragedia que, una vez superadas las amenazas de la crisis, Guatemala no haya avanzado en los aspectos que le permitan acelerar sostenidamente su crecimiento económico y reducir la pobreza. Un estudio que por aquellos años de inicios de la crisis publicó el Banco Mundial, luego de convocar a un grupo de pensadores y hacedores de políticas públicas, identificó seis aspectos comunes a las 13 economías que desde 1950 tuvieron un crecimiento promedio de 7% anual durante 25 años o más. Es en esas seis características donde, la experiencia así lo dice, deberían enfocarse países como el nuestro durante la época de vacas flacas a fin de potenciar las posibilidades de sacarles provecho a las vacas gordas, cuando vengan.
La primera es el aprovechamiento de la economía mundial; es decir, tener un grado de apertura al mundo que permita importar tecnología e innovación y, al mismo tiempo, producir bienes y servicios que otros países requieren. La segunda es el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica para contar con un ambiente de certeza que facilite la toma de decisiones correctas y eficientes por parte de productores y consumidores. En estas dos características, por ventura, se han hecho avances de forma sostenida en Guatemala durante más de dos décadas.
La tercera característica es la presencia de altas tasas de ahorro e inversión; y, en esto, sí que estamos mal: Guatemala (aquejada de inseguridad, criminalidad, debilidad institucional, conflicto social, escasa infraestructura, desnutrición y poca calificación del capital humano) es uno de los países con más bajos niveles de ahorro e inversión en el mundo. La cuarta es permitir que el mercado sea quien asigne los recursos económicos; y, aquí, el gran riesgo es el poco compromiso que el liderazgo político y –crecientemente- la opinión pública tienen respecto de la economía de mercado.
La quinta es la presencia de gobiernos (locales y nacionales) que sean capaces, creíbles y comprometidos, lo cual pasa, evidentemente, por tener dirigentes que no practiquen ni toleren la corrupción, el nepotismo y los privilegios. Y, por último, la sexta característica para que el crecimiento económico sea sostenible es que exista paz y cohesión social, ya que la conflictividad social es el caldo donde se cultivan las políticas populistas y la debilidad institucional. Entonces, lo importante para las políticas públicas debería ser la búsqueda permanente de estas características, independientemente de las preocupaciones de corto plazo. El momento para implementar políticas de largo plazo es hoy mismo, y para ello no hay que inventar el agua azucarada: sólo acercándose a esas características podrá mejorar la productividad de Guatemala y aumentar así el ingreso per cápita y, con él, el bienestar material de los guatemaltecos.

viernes, 7 de febrero de 2014

La Magnitud del Déficit Fiscal

En las actuales circunstancias, es de crucial importancia  que el gobierno extreme las medidas para mantener la prudencia en el gasto público
 La semana pasada se aprobó una aplicación de Q1.5 millardos al techo de gastos del Presupuesto del Estado. La aprobación se logró con gran rapidez y un inusitado consenso entre las bancadas, estimuladas quizá por la presión de las marchas callejeras y bloqueos de carreteras del gremio magisterial. Tan velozmente se aprobó la ampliación presupuestaria, que no se pudo determinar con exactitud cuál será la fuente de ingresos que financiará dicho gasto, cuyo destino es pagar aumentos salariales a maestros y empleados del Ministerio de Salud Pública.
Tal vez la omisión de dicha fuente de financiamiento obedezca a que en el Congreso se espera que la SAT logrará tener éxito en mejorar la recaudación y obtener la ambiciosa meta acordada con el Ejecutivo. Pero ello no será nada fácil, pues para lograr dicha meta los ingresos tributarios deberían aumentar a una tasa extraordinariamente dinámica, lo cual es improbable debido no sólo a que la mejoras en la recaudación derivadas de la reforma tributaria de 2012 tuvieron su mayor efecto en 2013 (o sea que en el presente año no podrían volver a crecer igual), sino también a que las ineficiencias que presenta la recaudación en las aduanas son de una enorme magnitud.
En efecto, el año pasado el valor de las importaciones creció 4%, mientras que el valor de lo recaudado por IVA sobre importaciones se mantuvo estático. Más grave aún: la recaudación por concepto de aranceles (sobre importaciones) cayeron en más de 15%, reducción mayor a la que se justificaría por la reducción de derechos arancelarios derivada de la antedicha reforma tributaria de 2012.
Lo anterior implica que el aumento en el techo de gasto presupuestario recién aprobado va a implicar que el déficit fiscal aumente, lo cual es más preocupante de lo que parece a primera vista. Veamos. En el entorno de los analistas que, tanto en los organismos financieros internacionales como en las calificadoras de riesgo, existe un  consenso en cuanto a que el déficit fiscal se vuelve preocupante cuando su tamaño causa un aumento de largo plazo en el saldo de la deuda pública como proporción de la producción nacional. Esta proporción –o carga de la deuda- es una medida gruesa de la capacidad que tiene el país de pagar la deuda nacional; si esta carga sigue creciendo, en algún momento la economía no tendría suficiente PIB para pagar la deuda, lo que produciría una enorme crisis, como la que hoy aqueja a los países de la Europa Mediterránea.
Aunque en Guatemala la carga de la deuda no ha superado en años recientes el 25% del PIB, diversos estudios dan cuenta de que, para que dicho porcentaje no aumente insosteniblemente, el déficit fiscal anual debe mantenerse en niveles que no excedan del equivalente a 2% del PIB. Por ello resulta preocupante que, con la ampliación presupuestaria recientemente aprobada, sea muy probable que el déficit fiscal se eleve este año a un nivel equivalente al 2.4% del PIB, cifra que es muy peligrosa por varias razones.
La principal razón para preocuparse es que ello significa un retroceso en el proceso gradual de reducción del déficit al que el país se había comprometido tácitamente ante los mercados financieros a raíz de en 2009 y 2010 el gobierno aplicó una política fiscal moderadamente anti-cíclica (expansiva) para contrarrestar los efectos recesivos de la crisis mundial. La idea original detrás de tal política es que fuera estrictamente temporal: el déficit debía reducirse gradualmente del pico de 3.3% del PIB en 2010, a sus niveles históricamente sostenibles de menos de 2%. Eso se había venido cumpliendo (lenta pero sostenidamente) hasta reducir el déficit a 2.2% en 2013.
Si se produce el referido retroceso en el proceso de reducción del déficit, se enviaría un mensaje muy negativo a los mercados internacionales sobre la seriedad de las políticas macroeconómicas del país. De ahí la importancia de que el gobierno extreme las medidas de prudencia en el gasto público para evitar tal escenario. De lo contrario, las consecuencias negativas del aumento en el déficit fiscal pueden ir desde un incremento a corto plazo en el costo del financiamiento externo (no sólo para el gobierno, sino también para las empresas), hasta una eventual salida de capitales y una reducción en el crecimiento económico. Urge prudencia en el gasto.

ENERGÍA ELÉCTRICA: SE ACABARON LAS VACAS GORDAS

URGEN MEDIDAS PARA EVITAR UN DÉFICIT DE SUMINISTRO   Durante años, el sistema eléctrico nacional tuvo un superávit de oferta; es decir, su c...