La crisis financiera internacional recién cumplió cinco años, y se ha convertido en prueba evidente de que las crisis bancarias no son, después de
todo, exclusivas de los países subdesarrollados
La crisis financiera internacional cumplió ya cinco
años. Entre julio de 2007 (cuando el banco Bear Sterns cesó el pago de algunos
fondos a su cargo) y septiembre de 2008 (cuando quebró el primer gran banco, Lehman
Brothers) se puede fechar el inicio de la gran crisis cuyas consecuencias aún
están afectando el funcionamiento de la economía mundial.
Las características y duración de la crisis de
2007-2008 puso en evidencia que uno de los mayores retos para la teoría y la
política económica es el de entender y prevenir las crisis financieras. También
evidenció que las economías de mercado, por muy desarrolladas que estén, son
susceptibles de colapsar financieramente. Las crisis bancarias no son, después
de todo, exclusivas de los países subdesarrollados
Las crisis financieras ocurren cuando el público
acreedor de los bancos –es decir, los depositantes, los poseedores de
certificados o bonos bancarios, u otras entidades financieras que le han dado
préstamos a los bancos- “huyen” de esos activos financieros y exigen a los
bancos que se los cambien por dinero en efectivo, que estos no poseen en la
suficiente cuantía. Lo bueno es que tales crisis –de confianza- son sumamente
esporádicas, pues deben ser “sistémicas”, es decir, extendidas a todo el
sistema bancario.
Lo malo es que es la propia naturaleza de los bancos
la que los hace propensos a perder la confianza del público: el “descalce” de
plazos que existe entre lo que los bancos le deben al público (que suelen ser
activos de corto plazo, como los depósitos monetarios) y lo que el público le
debe a los bancos (que suelen ser activos de largo plazo, como los préstamos
hipotecarios), los hace vulnerables a eventuales crisis de confianza.
La gran crisis del último quinquenio confirmó varios
aspectos que caracterizan estos fenómenos, pero también develó que existen
muchos aspectos que deben clarificarse para comprender qué sucedió. Se confirmó
que las crisis financieras ocurren en todas las economías de mercado, ricas o
pobres; también se confirmó que, aunque las economías pueden experimentar
largos periodos sin crisis, eventualmente serán afectadas por una.
Se confirmó que las crisis financieras son repentinas,
inesperadas y siempre se originan en el descalce de plazos que caracteriza a
los bancos, aunque en la reciente crisis mundial el epicentro se encontró en
los nuevos tipos de deuda bancaria (los reportos y los derivativos). En todo
caso, se confirmó también que las crisis están precedidas típicamente de una
expansión rápida del crédito al sector privado y que, asociado a ello, suelen
ocurrir cuando el ciclo económico marca su mayor apogeo, o sea, cuando las
cosas marchan tan bien que las defensas están bajas. Y también se confirmó que
las crisis son costosas y que la recuperación puede tomar demasiado tiempo.
Por desgracia, la reciente gran crisis financiera ha
dejado muchas dudas por responder: no sabemos cómo funciona la dinámica de las
crisis, ni por qué los agentes económicos pierden repentinamente la confianza en
la calidad de la deuda de los bancos, ni sabemos cómo las intervenciones del
gobierno afectan las expectativas de los agentes económicos. Tampoco sabemos
qué políticas son más eficaces para prevenir las crisis, sin reprimir el
sistema bancario, ni sabemos cuáles sistemas regulatorios han sido más exitosos
para mitigar la ocurrencia de las crisis.
Mientras tales dudas se disipan, las instituciones
involucradas deben tomar nota de las características típicas de las crisis
financieras y estar alertas para actuar en consonancia. Para empezar, deben
vigilar la evolución del crédito bancario y desalentar la existencia de “booms”
de crédito que llevan consigo el germen de las crisis.
Los supervisores financieros deberán seguir de cerca las innovaciones en
los servicios y productos bancarios, pero no deberían pretender ir detrás de
dichas innovaciones mediante regulaciones cada vez más complejas; más bien
deben simplificar las regulaciones –ir a lo esencial- para poder aplicarlas con
rigor y eficacia. Los bancos son entidades especiales, necesarias para el
funcionamiento de la economía de mercado, que están sujetos al sentimiento de
confianza del público y que requieren de regulación, pero ésta debe ser
equilibrada y permitirles operar con eficiencia.