sábado, 29 de septiembre de 2012

Repartiendo el Presupuesto


Si los políticos siguen emitiendo leyes (o reformas constitucionales) en las que se reparte a pedazos el presupuesto de gastos del Estado, no quedará nada para salud, educación ni infraestructura, que son gastos básicos para el desarrollo.

Ante la incapacidad histórica del Estado de asignar sus recursos presupuestarios con base en una adecuada planificación y en función de objetivos de largo plazo, una salida fácil ha sido asignar porcentajes fijos del presupuesto a supuestos gastos prioritarios. Así, en las últimas décadas, se han repartido –cual si fuese un pastel inagotable- los gastos del presupuesto a través de asignaciones establecidas en leyes o en la propia Constitución. Puestos a repartir el presupuesto del Estado, puede resultar interesante hacer un ejercicio de asignación de porcentajes según las prioridades de moda.
El Organismo Judicial tiene asignado actualmente, por disposición constitucional, un 2% del presupuesto del Estado; las reformas constitucionales planteadas por el Organismo Ejecutivo duplican dicho porcentaje; empero, siendo tan fundamental la aplicación de la justicia para el funcionamiento de la República, supongamos que el Congreso deciden elevar dicho presupuesto, ¿por qué no?, al 5% y, así, hacer un aporte políticamente redituable al  atribulado sistema de justicia.
El Tribunal Supremo Electoral, por su parte, tiene actualmente asignado el 0.5% del presupuesto del Estado, y las reformas a la Ley Electoral que se están planteando en el Congreso proponen duplicar dicho porcentaje; pero, dado el rol trascendental del TSE para la sobrevivencia de la democracia y la conveniencia de que el financiamiento de las campañas electorales sea con dineros públicos, bien podría subírsele quizá a 2%.
La educación pública superior, personificada por la Universidad de San Carlos, tiene el 5% del presupuesto estatal asignado en la Constitución; ante los próximos cambios al texto constitucional, quizá resulte políticamente rentable seguir apoyando la prolífica producción científica, técnica y profesional a que nos tiene acostumbrados la USAC y se aumente dicho porcentaje a, digamos, 7%.
El deporte es otra prioridad política de primer orden, que tiene para sí el 3% del presupuesto del Estado; en los 25 años de vigencia de esta asignación constitucional hemos ganado una medalla olímpica, por lo que las próximas reformas constitucionales podrían duplicar a 6% dicho aporte a fin de reducir a 12 años la obtención de nuestra próxima medalla plateada.
Hasta aquí llevamos repartido apenas el 20% del presupuesto, así que podemos continuar, tal como lo está proponiendo el Ejecutivo en su propuesta de reformas constitucionales, al subir de 10% a 11% el aporte del presupuesto a las municipalidades lo cual, como no tiene más intención que seguir apoyando la transparente ejecución del gasto municipal, bien podría elevar el Congreso, ¿por qué no? a un 15%.
El Gobierno también propone en sus reformas constitucionales asignar un 1% del presupuesto a la Contraloría; vamos, subámosle a 2% para poder combatir mejor la corrupción. También plantea el Ejecutivo asignarle constitucionalmente un 2% del presupuesto al Ministerio Público; quizá el Congreso estime que para combatir el crimen organizado se pueda duplicar dicho porcentaje: 4%.
Con estos cambios habríamos asignado sólo el 41% del presupuesto, de manera que podemos proseguir. La actual asignación constitucional del 1% del presupuesto para alfabetización, bien podría elevarse a un 3% --¿qué más importante que eliminar el analfabetismo?-. Y a la Escuela Nacional Central de Agricultura, que tan crucial ha sido para el desarrollo rural del país, podría subírsele su actual asignación constitucional y dotarla del 1% del presupuesto nacional.
Todavía quedaría un 55% del presupuesto por repartir, lo cual podría hacerse a nivel constitucional aprovechando las próximas reformas: 5% para promover la identidad de los pueblos indígenas; 5% para subsidiar a los adultos mayores; 5% para combatir la desnutrición; 5% para fortalecer los Consejos de Desarrollo; 5% para fomentar el turismo; 5% para el arte; y, un 10% para complementar el altruismo de la sociedad civil (bomberos, fundaciones, hogares de ancianos, etcétera). ¿Quién se puede oponer a tan loables fines?
El restante 15% del presupuesto habrá de usarse para pagar salarios de la burocracia y para servir la deuda pública. Ya no quedaría nada para salud, educación ni infraestructura; pero estos gastos básicos para el desarrollo no parecen ser parte de las prioridades de moda.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Crisis Europea: Impacto en Centroamérica


La situación es cada vez más compleja: la mitad de Europa está ya en recesión o al borde de ella

La tormenta económica en Europa no da señales de amainar. En los últimos meses la incertidumbre ha aumentado ante la ausencia de soluciones claras y definitivas a la crisis fiscal y financiera, lo que ha conducido a un nuevo episodio recesivo en la Eurozona. La subsecuente caída en el comercio mundial significa menos dinamismo para las exportaciones y la producción de las economías en desarrollo. Cuán expuestas están las economías centroamericanas a estos avatares de los mercados mundiales fue tema de análisis en el Seminario Centroamericano organizado por Consultores Para el Desarrollo –COPADES- el mes pasado.
El tema es muy pertinente porque la situación es cada vez más compleja: la mitad de Europa está ya en recesión o al borde de ella, las finanzas públicas continúan débiles,  los indicadores de confianza siguen golpeados, y los problemas de la banca y de la deuda privada no se resuelven. La salida a esta situación requiere de un cambio institucional profundo y de un liderazgo político adecuado que lucen remotos, dado lo difícil que resulta financiar el elevado desequilibrio fiscal en la Eurozona y lograr la necesaria coordinación de políticas fiscales.
Además, los ajustes requeridos para mejorar la competitividad europea se ven limitados por las restricciones propias de una moneda única. La necesidad de mayor flexibilidad en los mercados laborales enfrenta oposición sindical. A su vez, la situación de los bancos y su disperso marco regulatorio claman por la unificación de los sistemas de supervisión financiera. Urge una acción efectiva para revertir la espiral de deterioro de las expectativas y la pérdida de confianza en los mercados.
En este contexto, hace unas semanas los líderes de la Unión Europea alcanzaron importantes acuerdos, entre los que destacan la creación de un esquema de supervisión y resolución bancaria regional, y la definición de algunos aspectos para rescatar la banca española, incluyendo ayuda financiera directa de la Unión a los bancos sin pasar por los gobiernos respectivos. También se avanzó en el establecimiento de mecanismos de financiamiento en caso de requerirse ajustes macroeconómicos, sujetos al cumplimiento de condicionalidades y objetivos en materia fiscal y financiera.
Estas medidas tardarán en rendir frutos y, mientras tanto, la compleja situación fiscal y financiera de Eurozona se traducirá en incertidumbre y mayor aversión al riesgo en los mercados financieros internacionales, lo que podría afectar los flujos económicos desde y hacia economías como las centroamericanas.
Existen cuatro canales de transmisión a través de los cuales de podrían transmitir estos efectos a nuestra Región. Un canal es el de las remesas familiares, que representan un 9% del PIB regional, las cuales no han disminuido este año, lo que es indicativo de que el crecimiento económico en los Estados Unidos (principal fuente de las remesas), aunque mediocre, aún es suficiente para mantener estos flujos. Un segundo canal es el del turismo, cuyos flujos pesan un 2% del PIB regional, que tampoco han mostrado signos de deterioro en lo que va de 2012.
El tercer canal, el de las exportaciones, cuyos ingresos equivalen al 24% del PIB centroamericano, han sufrido una clara desaceleración asociada más al mediocre crecimiento de la economía estadounidense que al desplome de la economía europea. El cuarto canal es el de los flujos de capital, tanto de inversión financiera como de inversión extranjera directa; esta última ha registrado cierta merma durante 2012 en todos los países centroamericanos, pero por fortuna solamente representa un 4% del PIB.  Por último, los flujos financieros podrían no ser una fuente de contagio sino que, incluso, podrían verse atraídos hacia Centroamérica si los mercados internacionales perciben en esta región, temporalmente, menos incertidumbre que en Europa.
Por ende, en tanto la crisis europea no contagie severamente a los Estados Unidos, la situación de la economía internacional no es completamente adversa para Centroamérica. Sin embargo, el panorama todavía es frágil e incierto, y la crisis en Europa podría profundizarse y contagiarse al resto del mundo. Ante ello, las políticas económicas de los países centroamericanos deben guardar extrema prudencia y evitar la tentación de ponerse creativas.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Economía "Medio-Sana"

No hay que caer en la tentación simplista de culpar a la estabilidad por el escaso dinamismo de nuestra economía
 Hace algunos días un amigo me pidió una explicación, lo más simple que fuera posible, acerca de la situación macroeconómica de Guatemala: ¿tenemos, o no, una economía sana? Una explicación de tal naturaleza debe partir de una definición de lo que puede entenderse como una “economía sana”.
Para evaluar la sanidad macroeconómica de cualquier país hay que enfocarse en dos características fundamentales: su predictibilidad y su dinamismo. En efecto, por un lado, cuando la evolución de la economía es predecible –lo que en gran medida significa que es estable-, será mucho más fácil para los agentes económicos que la conforman (consumidores, empresas domésticas, inversionistas extranjeros, entidades de gobierno) tomar decisiones. El grado de estabilidad y predictibilidad de la economía incide directamente sobre la capacidad de la gente para tomar decisiones de comprar (consumir), construir casas y edificios, o emprender nuevos negocios (invertir).
Por lo tanto, el hecho de que la economía sea predecible es una condición necesaria para que la macroeconomía de un país (no importa que sea rico o pobre) esté sana. La presencia de esta característica –predictibilidad- puede evaluarse mediante la medición del comportamiento de los precios (inflación), así como a través de otras variables que, como el déficit fiscal (la diferencia entre los ingresos y los gastos del gobierno) y el déficit externo (la diferencia entre lo que vendemos y compramos del exterior), nos ayudan a medir los desequilibrios económicos que pueden trastornar la estabilidad y trocarla por caos.
La segunda característica clave de la sanidad económica es su dinamismo, que indica si la misma está creciendo y a qué velocidad lo hace. Esta característica es mucho más importante para los países pobres que para los ricos, ya que mientras más pobre sea un país, más rápido necesita crecer a fin de que los frutos de la actividad económica se traduzcan en bienestar para su población. El crecimiento económico se refiere a la cantidad de bienes y servicios que produce la economía y se mide, principalmente, mediante el cálculo del Producto Interno Bruto (PIB) y de los indicadores que de éste se derivan, como el ingreso per cápita y la productividad.
Tomando en cuenta la situación de ambas características –predictibilidad y dinamismo- en el caso actual de Guatemala, es posible calificar a nuestra economía  como "medio-sana" (o “medio enferma”, si nos ponemos pesimistas). Esto porque, con relación a la característica de predictibilidad, la economía guatemalteca califica muy bien ya que exhibe indicadores de precios relativamente estables y niveles de déficit externo razonablemente manejables en el mediano plazo. En contraste, en la característica de dinamismo nuestra economía muestra, desde hace muchos años, indicadores de crecimiento terriblemente mediocres.
De manera que, si bien la estabilidad es una condición necesaria para tener una economía sana, no resultará suficiente para que dicha sanidad se refleje en un mayor nivel de bienestar para todos los guatemaltecos si no va acompañada de un ritmo de crecimiento más acelerado en la producción de bienes y servicios. El reto esencial que esta situación plantea a la política económica es cómo mejorar la segunda característica sin poner en peligro la primera.
Para ello, lo primero es no caer en la tentación simplista de creer que el escaso dinamismo de nuestra economía ocurre “por causa” de la estabilidad, cuando en realidad ocurre “a pesar” de ella. Por desgracia, algunos sociólogos y politólogos del mundo académico guatemalteco, quizá desencantados con las políticas económicas ortodoxas, caen en el error de creer que abandonando las medidas que han ayudado a consolidar la estabilidad (como, por ejemplo, la prohibición al banco central para que otorgue préstamos al gobierno) se podrá dinamizar el crecimiento económico.
Al contrario, en lo que debe centrarse la política económica es en propiciar las condiciones básicas para el crecimiento entre las que se incluyen, además de la estabilidad económica, la inversión que necesariamente debe hacer el gobierno para mejorar el capital humano (salud y educación), físico (infraestructura) y social (imperio de la ley e instituciones eficientes). Eso lleva tiempo y esfuerzo, pero es ineludible.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Soluciones Instantáneas

No siempre lo que parece fácil y menos fatigoso es lo que, al final de cuentas, funciona y perdura.Conviene aprender y aplicar la lección de Erick Barrondo: caminando con perseverancia podemos alcanzar nuestras metas.


La sociedad guatemalteca, quizá fatigada –con resignación, más que con acedia- por la extrema lentitud con la que camina hacia el desarrollo y el bienestar, da indicios de preferir las soluciones inmediatas, instantáneas, casi mágicas a sus problemas. Esta tendencia puede apreciarse  tanto en la esfera personal y familiar, como los ámbitos institucional y estatal. La virtud de la perseverancia –por la cual las demás virtudes dan su fruto, como dijo Arturo Graf- parece estar fuera de moda.
Impera la cultura del atajo fácil y del mínimo esfuerzo. La cultura de aspirar al home-run aunque nos ponchemos en el intento. Cuánto guatemalteco hay que añora hacer el negocio del siglo que lo saque de pobre de un golpe, aunque ello pase por llevar algún paquete sospechoso a Panamá, o vigilar un aterrizaje clandestino en la finquita de algún pariente, porque “¡qué aburrido!” tomar el camino difícil de estudiar y trabajar durante años y someterse al lento proceso de esperar algún ascenso o un mejor empleo con base en nuestros méritos personales.
Como que es más fácil buscar aquel contrato con el gobierno que de una sola vez haga prosperar a la empresa familiar, aunque ello implique sobrevaluar la obra o acceder a pagar una comisión indebida, en vez de seguir el aburrido camino de cumplir con los requisitos que la ley demanda para participar en un proceso de licitación cuyo resultado es tan incierto.
Parece que resulta más cómodo abogar en favor del equilibrio ecológico exigiendo moratorias radicales a la actividad minera o hidroeléctrica, en vez de comprometerse en la búsqueda de opciones equilibradas y de negociaciones que permitan obtener los frutos que, en materia de producción, empleo e ingresos, puede generar la explotación racional de los recursos naturales (que pertenecen a todos los guatemaltecos) sin comprometer la sostenibilidad ambiental.
Requiere menos esfuerzo abogar por mayores oportunidades para la juventud del país a través de una ley de la juventud que intente abarcar toda la compleja problemática de los jóvenes, que trabajar con tesón para que se diseñe y se cumpla una política nacional sobre el tema, basada en la construcción de las instituciones que la apliquen sin contaminarla con politiquería.
Es presumiblemente más cómodo pretender que el desarrollo rural puede alcanzarse elaborando una lista de deseos y empaquetándola en una ley, que trabajar en poner orden en la miríada de instituciones que, a día de hoy, han sido incapaces de articular e implementar políticas de Estado que trasciendan gobiernos y que atiendan los problemas de pobreza y baja productividad que aquejan al área rural guatemalteca.
Aparentemente es más sencillo fingir que se ayuda al adulto mayor haciéndole la caridad de regalarle un escueto bono mensual (que, de paso, desincentiva a los trabajadores a cotizar en un sistema sostenible de pensiones), en vez de tener que aplicarse en la ardua tarea de construir un sistema de seguridad social que procure integrar cada vez más trabajadores al sistema de pensiones y atención médica que coordina el IGSS.
Aparentemente resulta menos complicado pretender la construcción del tejido social, el combate a racismo y el fomento de la inclusión mediante una declaración formal en la Constitución, en vez de emprender un complejo(y, previsiblemente, prolongado) proceso de diálogo, de mutuo conocimiento entre grupos étnicos y de reconocimiento del pasado (por más doloroso que sea), después del cual surja poco a poco la concordia, la convivencia pacífica, el respeto a las diferencias y el fin de la discriminación.
Pareciera que es más sencillo apuntarle a eliminar los obstáculos y los molestos pesos y contrapesos que impiden gobernar con fluidez mediante una reforma constitucional ad-hoc, en vez de obligar a todas las entidades, funcionarios y servidores públicos a cumplir y hacer cumplir (o –en caso sean insuficientes o anticuadas- modificar) las leyes y reglamentos vigentes.
Pero no siempre lo que parece fácil y menos fatigoso es lo que, al final de cuentas, funciona y perdura. Tanto en el ámbito familiar como en los asuntos del Estado, es la dedicación, la perseverancia y el trabajo cotidianLa búsqueda de soluciones instantáneas a los complejos problemas de la vida nacional genera, por lo regular, un desperdicio de recursos y de esfuerzos que desemboca en un gran desencanto por parte de la ciudadanía y en un debilitamiento de la credibilidad de las instituciones públicas. Las políticas que prometen soluciones instantáneas suelen ser impulsadas a costa de sacrificar otras políticas de largo plazo que, en contraste, requieren de esfuerzo, paciencia y gestión continua, que además han sido exitosas en otras latitudes pero que, para su desgracia, no son políticamente “rentables”.
Desafortunadamente, a la mayoría de políticos se les dificulta aceptar que los cambios graduales, por medio y dentro de las instituciones existentes, son los que en última instancia pueden transformar a la sociedad, sus relaciones económicas fundamentales y sus estructuras políticas. Aunque más lentas y políticamente menos “sexys”, las reformas graduales son, normalmente, más efectivas y sostenibles que las grandes revoluciones: la historia nos ha enseñado, desde la Revolución Francesa en 1789 a la caída del Muro de Berlín en 1989, que un shock brusco no es la mejor manera de producir un cambio constructivo.
En el mundo moderno, China e India son dos ejemplos incuestionables de cómo las reformas graduales –impulsadas con perseverancia y buen juicio- pueden ayudar a los países en desarrollo a prosperar. Ambos países sufrían de elevados índices de pobreza extrema, pero durante las últimas décadas pusieron en práctica las políticas de estado adecuadas que les han permitido crecer a un ritmo vibrante y, lo que es más importante, les ha permitido sacar de la pobreza a millones de sus ciudadanos.
Esa experiencia demuestra que lo que se necesita en nuestros países es menos ingenio y más empeño; menos alquimistas que inventen la piedra filosofal para resolver todos los problemas, y más gestores que trabajen con empeño y perseverancia. Al respecto, resulta providencial la esclarecedora lección dictada por nuestro compatriota Erick Barrondo, ejemplo vivo de lo que el sacrificio,  la constancia y el esfuerzo cotidiano pueden lograr: no es necesario correr, si caminando con perseverancia podemos alcanzar nuestras metas, de manera más eficiente.
En lugar de embarcarse en ambiciosas reformas radicales en búsqueda de cambios instantáneos, los países en desarrollo como Guatemala deben identificar aquellos pocos obstáculos cruciales que impiden el desarrollo de sus economías y enfocarse en resolver primero estos problemas. Una vez las economías empiecen a crecer, entonces habrá espacio, tiempo y dinero para profundizar los cambios graduales y eficaces del sistema. Reformar, por ejemplo, el tamaño y la profundidad del gobierno es, sin duda, algo necesario en el largo plazo, pero una reforma más urgente es superar los graves problemas de corrupción y de pobre gestión e ineficiencia del gasto público. Un gobierno que no vela por el buen uso de los impuestos o que maneja mal el gasto –aunque sea por pura incompetencia-, producirá más pobreza para sus ciudadanos y desalentará la inversión y el crecimiento.
La resolución de estos problemas cruciales no es tarea fácil, ya que en la práctica requieren de un cambio sistémico; pero la realización de dicho cambio necesita del compromiso de la administración pública y del apoyo ciudadano que quizá no se generen espontáneamente, razón por la cual se necesita de la voluntad e impulso políticos para premiar e incentivar el trabajo de los funcionarios que contribuya al referido cambio sistémico, así como para castigar la negligencia y falta de honradez.
Lo anterior es válido para todos los países, pero lo es más para aquellos que exhiben indicadores inaceptablemente bajos de bienestar, como los que presenta el Índice de Desarrollo Humano, publicado por el PNUD, que ubica a Guatemala en una posición inferior al promedio mundial y ocupando el puesto 131 de 184 países evaluados. Ello  pone en evidencia la necesidad de implementar políticas públicas que sean efectivas y que se traduzcan en una reforma gradual que sirva a los ciudadanos y no a los intereses particulares de políticos o grupos de poder. Sólo así los ciudadanos y los inversionistas sentirán que en realidad pueden prosperar, y lo empezarán a hacer.o bien hecho –y no la búsqueda de soluciones instantáneas- lo que produce bienestar perdurable.

ENERGÍA ELÉCTRICA: SE ACABARON LAS VACAS GORDAS

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