Se trata de crear un ambiente propicio para
generar ideas y convertirlas en nuevos productos, servicios y procesos
El progreso y el crecimiento económicos sólo pueden
generarse mediante la adición de factores: más trabajadores, más inversión o
más calidad en la manera en que se combinan esos factores (con más educación y
mejores instituciones). El crecimiento basado solamente en la inversión (que
implica acumular de capital físico e imitar la tecnología) puede servir en el
corto plazo, pero aumentar la producción per cápita a largo plazo –indispensable
para aumentar el nivel de ingresos y bienestar- requiere que los factores existentes
se usen de mejor forma, lo cual implica innovación.
Conviene aclarar que una sociedad que innova no
necesariamente está poblada de grandes científicos, inventores ni genios
creativos. Los conceptos de innovación, creatividad e invención no son
sinónimos. La creatividad es la capacidad de concebir algo original o inusual.
La invención, por su parte, es la creación de algo que nunca se ha hecho antes
y es el resultado de una idea única. En cambio, la innovación es la aplicación
práctica de algo nuevo. Un acto creativo o un invento no es una innovación sino
hasta cuando es llevado a la práctica como un nuevo producto, servicio o
proceso productivo.
En Guatemala se han generado algunos ejemplos de los diversos
tipos de innovación. El caso de la Cajita Feliz de McDonad’s es un ejemplo de
innovación incremental, que adiciona valor sobre un producto ya existente,
agregándole cierta mejora. El café instantáneo es un ejemplo de innovación
radical, que introduce un nuevo producto, servicio o proceso que no se conocía
antes. O el caso de innovación en gestión, refierida a aquella que renueva el
modo de llevar a cabo las tareas administrativas o las formas organizativas y,
por tanto, aporta avances en los objetivos organizativos puede verse en casos
específicos como, por ejemplo, el del Irtra.
Lamentablemente esos ejemplos son muy escasos, lo cual
explica en parte el pobre desempeño del país en materia de productividad: el
índice de competitividad global que calcula el Foro Económico Mundial (que
califica el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan la
productividad) ubicó a Guatemala en el puesto 86 de 148 países calificados en
2013. Uno de los ideólogos de este índice, el economista catalán Xavier
Sala-i-Martín, de la universidad de Columbia, visitó hace tres años en el país,
y señaló la importancia que para Guatemala reviste la innovación.
Según Sala-i-Martín, los países pobres pueden competir
en la economía global ofreciendo cosas más baratas (porque tienen recursos
naturales o pagan salarios bajos), pero sólo lo logran por un tiempo; también
pueden competir en calidad, pero tarde o temprano alguien lo hará mejor.
Eventualmente, sólo tienen una opción para competir de forma sostenible:
innovar. Y la innovación casi nunca se trata de grandes inventos científicos,
sino de pequeñas mejoras incrementales, ideadas por empleados o pequeños
empresarios (o surgidas por casualidad), que generan productos novedosos que
satisfacen los gustos y deseos de los clientes.
¿Qué puede hacerse desde las políticas públicas para
favorecer la innovación? En primer término, Sala-i-Martín sugirió lo que no
debe hacerse: no se trata de dar subsidios para la investigación científica
(sólo un 8% de las innovaciones exitosas provienen de los laboratorios);
tampoco de diseñar políticas industriales (que otorgan privilegios a sectores
económicos “ganadores”) ni planes de desarrollo ideados por burócratas
iluminados; ni se trata de promover “clusters” y “parques tecnológicos”
artificiales. Se trata más bien de crear un ambiente propicio para la
generación de ideas y para la concreción de dichas ideas en productos,
servicios y procesos novedosos.
En esencia, dicho ambiente requiere de infraestructura –física y
tecnológica- eficiente; de instituciones que den seguridad personal y jurídica;
de un marco regulatorio y burocrático facilite los negocios y la competencia;
de un mercado laboral competitivo, diverso y flexible; de un sistema financiero
accesible, profundo y solvente; y, crucialmente en el caso de Guatemala, de mejorar
la calidad de la educación básica que proporcione a las personas los
conocimientos y habilidades para mejorar su productividad, acceder a buenos
empleos, aumentar sus ingresos y reducir la desigualdad.