Aunque una parte (pequeña, por cierto) de la exhortación Evangelii Gaudium ha causado polémica pues incurre en generalizaciones sobre el mercado que en principio son incorrectas, el mensaje que por medio de ella nos intenta transmitir el Papa Francisco debemos acogerlo con
espíritu humilde y mente abierta. Esta es una buena época para reflexionar al respecto. ¡Feliz Navidad!
Juan Pablo II –el Papa polaco- convencía con su carisma, su ángel, su
apabullante “no sé qué” que derribaba murallas. Benedicto XVI –tan alemán él-
lo hacía mediante el intelecto, la contundencia lógica y una sabiduría que
parecía ancestral. Y Francisco ha iniciado su andadura papal acudiendo al
sentimiento, a la ternura y, un poco, a los golpes de efecto –claro, es
argentino-. Cada uno, haciendo uso de
los carismas que Dios les dio, ha apelado al corazón y al intelecto de las
personas (feligreses o no) para fortalecer a la Iglesia y construir un mundo
mejor.
El más reciente intento en ese sentido es la
exhortación apostólica Evangelii Gaudium
que, como su nombre lo indica, es un llamado a todos los fieles y pastores a
anteponer y anunciar la alegría del evangelio, por encima de la tristeza
individualista que brota de un corazón avaro, de una búsqueda de placeres
superficiales y de una conciencia aislada, pues cuando la vida interior se
centra únicamente en los intereses egoístas, no existe espacio para los demás
ni, por ende, para Dios y la alegría de su amor que nos incita a hacer el bien.
Y en ese afán de predicar contra el egoísmo que mata
el alma, el Papa abordó el tema de la injusticia social de una manera que causó
cierta dosis de escándalo entre aquellos católicos que, aunque aborrezcamos la
inequidad y la exclusión social, estamos convencidos de las bondades (no sólo
económicas sino, incluso, morales) del libre mercado. El Papa pareció estar
convencido (y querer convencernos) de que los culpables de la pobreza y de la
desigualdad que dañan a la sociedad de hoy son el capitalismo “salvaje” y el
“excesivo” libre mercado, llegando a afirmar que “esa economía mata”.
Quizá esa pequeña parte de la exhortación apostólica
no fue redactada de la manera más adecuada. O quizás sí… sólo Dios lo sabe. Lo
cierto es que pocos días después de publicada, para alivio de los economistas
de mercado católicos, Francisco expresó una contundente aclaración: en una
entrevista al diario La Stampa, el
Papa respondió a quienes lo tildaron de marxista, a raíz de lo que escribió en
la Evangelii Gaudium, diciendo que él
siempre ha creído que esa ideología está equivocada y explicó que en el texto
le la exhortación apostólica no habló como técnico sino según la Doctrina
Social de la Iglesia.
Pero lo importante no es si una parte de dicho texto
nos causa inconformidad o si las posteriores aclaraciones papales nos
reconfortan. Lo importante es que, con humildad, tratemos de escuchar
sinceramente, sin prejuicios, lo que se nos quiere decir con esas reflexiones,
aunque ideológicamente nos choquen. La fe debe ejercerse por libre elección y
no debe temer sumergirse en el libre mercado de las ideas. Ello exige buscar la
verdad de la manera más apropiada y respetuosa de la dignidad humana, lo cual
entraña la necesidad de investigar científicamente, de educar (incluso a
nuestros pastores espirituales), de aprender (incluso de nuestros rivales
ideológicos) y de comunicarnos exponiendo francamente la verdad que creemos
haber encontrado, a fin de ayudarnos mutuamente en esa búsqueda.
Y para ello, nada mejor que seguir las enseñanzas de
quien vino al mundo a hacer el bien, a hacer que los ciegos (que no ven el
sufrimiento de su vecino enfermo) vean, que los cojos (que no se mueven a
auxiliar a una víctima) caminen, los leprosos (impuros por la corrupción)
queden limpios y que los sordos (que no oyen a sus hijos pedirles tiempo)
escuchen.
La iglesia no tiene por qué dar recetas de política pública, pero
–debemos comprenderlo así- tiene la obligación de dar mensajes que abarquen
todo el orden moral –incluyendo la justicia- que debe regular las relaciones
humanas. De manera que la exhortación papal contra el egoísmo hay que acogerla
con espíritu humilde y mente abierta; con la razón puesta en el libre mercado
(el peor sistema económico que existe, excepto por todos los demás que se
conocen), pero con el corazón puesto en la caridad. A fin de cuentas, para toda
persona de bien, creyente o no, economista o presbítero, político o ciudadano
raso, lo más importante en materia de políticas públicas debiese ser cómo
mejorar la calidad de vida de los más desposeídos, pero hacerlo de forma
sostenible y justa. Que la Navidad nos reconforte y sirva para meditar al
respecto.