Comparado con otros países de la Región, los logros del modelo venezolano se ven francamente modestos
Los casi 14 años que Hugo Chávez gobernó en Venezuela
despiertan pasiones, a favor y en contra, que dificultan evaluar objetivamente el
legado que el popular coronel golpista ha dejado a sus ciudadanos. Sin embargo,
una rápida revisión de algunos indicadores (cifras oficiales, puras y duras) puede
ayudar a esclarecer los logros del chavismo en materia económica y social, en
comparación con otros países latinoamericanos que no han seguido las recetas
del “socialismo del siglo XXI”.
El modelo chavista se caracterizó por una creciente
intervención del Estado en la economía. Se estima que desde 1999 el gobierno
venezolano expropió o nacionalizó más de dos mil empresas y propiedades de
todos los sectores y tamaños. Otra política fue la de fijar precios de
alimentos, alquileres y medicinas. El bolívar fue devaluado cinco veces y en
paralelo se establecieron cupos para la entrega de divisas. Este modelo es,
claramente, distinto del aplicado en Brasil, Chile, Colombia o México, más
favorables a la empresa privada, la libre competencia y los mercados. ¿Ha
tenido más éxito el modelo venezolano?
En términos de estabilidad, resulta claro que
Venezuela –con una inflación promedio de 22.5% anual entre 1998 y 2012- ha sido
mucho más inestable que, por ejemplo, Colombia (6.4% de inflación promedio
anual en el mismo periodo) o Perú (2.9%). La elevada inflación venezolana
significó un terrible costo para los sectores más pobres de su población, y una
distorsión enorme que de las decisiones económicas que las hizo más
ineficientes. El tipo de cambio, por su parte, se devaluó en un 662% en
Venezuela desde 1998, mientras que el colombiano lo hizó hecho en 12% y el
peruano más bien se revaluó revaluado en 19%.
El crecimiento anual de la producción en esos 14 años
fue de 2.8% en Venezuela, menor al 3.4% de Colombia y al 4.9% en Perú. En otras
palabras, el modelo chavista permitió que la economía sea hoy 42% mayor que la
de 1998, lo cual es positivo, pero menos eficiente que lo sucedido en Colombia
o Perú, donde las respectivas economías son ahora 51% y 73% más grandes hoy que
hace 14 años.
La deuda pública externa creció 229% en Venezuela en
ese periodo, mientras que en Colombia lo hizo en 114% y en Perú en 53%, lo que
revela el alto grado de dependencia económica del modelo chavista en
comparación con sus vecinos. Ello permitió a los colombianos aumentar sus
reservas monetarias internacionales hasta los US$37 millardos (328% de aumento en
el periodo), y a los peruanos alcanzar los US$64 millardos (564% de aumento),
mientras que Venezuela sólo las aumentó en 101% (hasta los US$30 millardos) en
esos 14 años.
La inversión extranjera directa hacia Venezuela acumuló
unos US$15.3 millardos entre 1999 y 2011, mientras que hacia Perú acumuló
US$48.3 millardos y hacia Colombia, US$50.3 millardos, lo que evidencia lo poco
atractivo que son para los inversionistas las políticas chavistas.
El modelo venezolano depende del petróleo, cuyos
ingresos se dedican a financiar un elevado gasto público. Chávez defendió esto
diciendo que "el socialismo del siglo XXI" convirtió a Venezuela en
"el país menos desigual del continente”. Varios indicadores confirman el
avance social, que no dista mucho del de sus vecinos. La tasa de desempleo
promedio en Venezuela fue de 11.6%, algo menor que la de 12.4% de Colombia, y
mucho mayor que la de 8.5% de Perú. La desigualdad en la distribución del
ingreso, medida por el coeficiente de Gini, mejoró en Venezuela (de 0.498 en
1999 a 0.397 en 2011), pero eso también lo logró el antagónico modelo peruano
(que lo redujo de 0.545 a 0.452), aunque no tanto el colombiano (de 0.572 a
0.545).
Puestos a escoger, el modelo peruano resulta más atractivo, pues ha
logrado (callada la boca) mejores resultados, sin los elevados costos en
eficiencia y paz social del modelo chavista, cuyas características ha resumido
muy bien el nicaragüense Sergio Ramírez en un reciente ensayo: “Un gobierno
populista crea satisfacciones paliativas en la población que se transforman en
apoyo electoral, pero al costo de degradar la dignidad de los electores con
donaciones, subsidios y regalías. Pero estas políticas ni resuelven el problema
de la democracia, que más bien debilitan, ni resuelven el problema del
desarrollo económico sostenible”.